viernes, 28 de noviembre de 2014

Ángeles de la oscuridad


PRÓLOGO
La mañana de su decimoctavo cumpleaños, Young Saeng se despertó de un sueño increíble con la sensación de que le habían arrancado los ojos, los habían sumergido en ácido y se los habían vuelto a colocar en las órbitas. En realidad, se había ido dando cuenta poco a poco hasta que tuvo plena consciencia de ello, se le tensó el cuerpo y se inclinó, liberando un grito que le rasgó la garganta.
Levantó los párpados hinchados pero... no había luz del día. Sólo lo saludó la oscuridad.
El dolor se propagó, subiéndole por las venas como una rápida marea y amenazando con reventarle la piel. Se frotó la cara, incluso se arañó, con la esperanza de eliminar lo que fuera que estuviera causando el problema pero no había nada fuera de lo normal. No había bultos ni rasguños. No... Espera. Había algo. Un líquido caliente le empapaba las manos.
¿Sangre?
Se le escapó otro grito, seguido de otro y otro más, todos y cada uno de ellos fueron como trozos de cristal que le rasparon la garganta. En pocos segundos, el pánico lo sobrepasó. ¿Estaba ciego, sangrando... y muriéndose?
Oyó el gemido de las bisagras de una puerta y el repiqueteo de unos tacones contra el suelo de madera.
—¿Saeng? ¿Estás bien? —hubo una pausa y luego un siseo entre dientes—.
Oh, cariño, tus ojos. ¿Qué te ha pasado en los ojos? ¡Nam! ¡Nam! ¡Ven rápido!
Oyó una maldición seguida de una serie de pasos rápidos y fuertes. Un segundo más tarde, un jadeo horrorizado llenó la habitación.
—¿Qué le ha pasado en la cara? —gritó su padre.
—No lo sé. No lo sé. Cuando llegué, ya estaba así.
—Saeng, corazón, —le dijo su padre de forma tierna y preocupada—.
¿Puedes oírme? ¿Puedes decirme qué te ha pasado?
Saeng trató de hablar:
Papi, ayúdame, por favor, ayúdame, pero las palabras se convirtieron en un diamante demasiado duro e irregular para soltarlas. Y oh, Dios querido, la quemazón le había llegado al pecho y notaba las llamas en cada latido de corazón.
Unos fuertes brazos se deslizaron debajo de él, uno debajo de los hombros y otro debajo de las rodillas, y lo levantaron. El movimiento, a pesar de ser de lo más cuidadoso, aumentó el dolor lo que hizo que gimiera.
—Te tengo, corazón —le aseguró su padre—. Te llevaremos al hospital y todo irá bien. Te lo prometo.
Las puntas más afiladas del pánico fueron remitiendo. ¿Cómo podría no creerle? Él nunca había hecho una promesa que no pudiera cumplir y si pensaba que todo iba a ir bien, entonces todo iría bien.
Su padre lo llevó a la camioneta que tenía en el garaje y lo dejó en el asiento de atrás mientras el ruido de los sollozos de su madre hacía eco. Su padre ni siquiera se molestó en abrocharle el cinturón, simplemente cerró la puerta y encerró a Saeng dentro. Esperó a que se abriera la puerta de él y luego la de su madre. Esperó a que sus padres se montaran en el coche y lo llevaran al hospital como prometieron pero... nada.
Saeng esperó... y esperó... los segundos pasaban con una lentitud insoportable, la irregularidad de las inhalaciones se entremezcló con un olor a huevos podridos tan fétido y marcado que era suficiente para quemarle las fosas nasales. Se encogió, confuso y asustado por el cambio en el aire.
—¿Papi? —preguntó. Se le estremecieron los oídos mientras esperaba la respuesta pero todo lo que oyó fue...
Unas voces apagadas a través del cristal.
El ruido que se hace cuando se raya un metal.
Una risa espeluznante...
…un gruñido de agonía.
—Ve adentro, Taeyeon —gritó su padre con un tono aterrorizado que Saeng nunca le había oído usar antes—. ¡Ahora!
Taeyeon, su madre era la que ahora gritaba.
Haciendo una mueca de dolor, Saeng trató de ponerse en posición vertical. Gracias a Dios, el resplandor insoportable que lo cegaba se desvaneció, por fin. A medida que se limpiaba la sangre, unos diminutos rayos de luz le atravesaban la línea de visión. Pasó un segundo, luego dos, la luz se propagó, los colores aparecieron, el azul por aquí, el amarillo por allá, hasta que tuvo la imagen completa del garaje.
—¡No estoy ciego! —gritó, pero su alivio fue breve.
Vio que su padre protegía a su madre pegándola contra la pared y escudándola con su cuerpo mientras lanzaba miradas aquí y allá pero sin aterrizar jamás sobre algo en concreto. Tenía unos cortes espantosos en las mejillas y le goteaba sangre... de todos ellos.
Impresionado y horrorizado a partes iguales, esas emociones se convirtieron en una avalancha imparable que lo embargó de arriba abajo. ¿Qué le había pasado? No había nadie en este pequeño recinto cerrado y...
Un hombre se materializó delante de sus padres.
No, un hombre no, sino un... un... ¿qué era?
Saeng se echó hacia atrás, golpeándose contra el otro lado del coche. El recién llegado no era un hombre sino una criatura sacada de las profundidades de las peores pesadillas. Se le formó un grito que se le alojó en la garganta reseca. De repente, no podía respirar, sólo podía mirar fijamente lleno de asco.
La... cosa era sorprendentemente alta, la parte superior de la cabeza rozaba el techo que el no podía alcanzar ni con unas escaleras plegables. Poseía unos huesos que eran de un tamaño barbárico y unos colmillos de los que sólo había leído en las novelas de vampiros, con una piel del color de la sombra más oscura del carmesí y tan suave como el cristal. Le goteaba sangre de la punta de los dedos en forma de garras. Las retorcidas alas de un marcado color negro se extendían desde la espalda y unos pequeños cuernos le sobresalían a lo largo de toda la columna vertebral. Una cola delgada y larga estaba curvada desde la base y terminaba en una punta de metal manchada de sangre que chocaba contra el suelo de cemento cuando se agitaba hacia delante y hacia atrás una y otra vez.
El sospechaba que lo que fuera eso, era el causante de las heridas de su padre, y que sólo podría causar más. El miedo venció a las demás emociones que sentía y, aun así, se tambaleó hacia delante, golpeó el puño contra la ventanilla y se obligó a poner la voz en funcionamiento.
—¡Deja a mis padres en paz!
La bestia se volvió a mirarlo con unos ojos terriblemente encantadores que le recordaban a los rubíes recién cortados. Enseñó los dientes un instante, imitando una sonrisa antes de que rebanara la garganta de su padre con las garras.
En un instante, le arrancó la carne y la sangre llegó a salpicar un poco la ventanilla del coche. Su padre cayó... golpeándose contra el suelo..., con las manos alrededor del cuello herido, con la boca abierta, jadeando y tratando de conseguir ese aire que no podía, ni podría, encontrar.
Se le escapó un sollozo formado a partir de la incredulidad pero agudizado por la rabia.
Su madre gritó, explorando el garaje con los ojos muy abiertos, tal y como había hecho su padre, como si no tuviera ni idea de dónde podría venir la amenaza. Se tapó la boca con las manos mientras las lágrimas le caían por las mejillas manchadas de sangre.
—No-no nos hagas daño —tartamudeó—, por favor.
De la boca de la criatura salió una lengua bífida, como si estuviera saboreando su miedo.
—Me gusta la forma en que suplicas, mujer.
—¡Para! —gritó Saeng.
Tengo que ayudarla, tengo que ayudarla.
Abrió de un tirón la puerta del coche y salió volando, sólo para caer sobre el charco de sangre de su padre... No, no, no. A pesar de las náuseas, luchó por ponerse en pie.
—¡Tienes que parar!
—Corre, Saeng, corre.
Otra vez esa risa siniestra... antes de que esas garras golpearan, silenciando a su madre quien se desplomó.
Conmocionado, Saeng dejó de luchar. Se cayó al suelo, indiferente mientras el oxígeno le quemaba en los pulmones. Su madre... encima de su padre... sufría espasmos... todavía.
—Esto no puede estar pasando —balbuceó—. No está pasando.
—Oh, sí —respondió la criatura con la voz profunda, ronca.
Captó la diversión subyacente en su tono, como si el asesinato de sus padres no fuera más que un juego.
Asesinato.
A-se-si-na-to.
No. Asesinato, no. No podía aceptar esa palabra. Los habían asaltado pero saldrían de ésta. Tenían que salir de ésta. El corazón le golpeaba en las costillas y la bilis se le abrió camino por el pecho y le pasó a la laringe.
—La-la policía está de camino —mintió. ¿No era eso lo que todos los expertos de los programas de supervivencia decían que había que hacer para salvarse? ¿Afirmar que la ayuda estaba en camino?—. Márchate. Vete. No querrás te-tener más p-problemas, ¿no?
—Me encanta cómo suena eso de más problemas —el monstruo se volvió completamente hacia él, encarándolo, y sonriendo—. Lo probaré. —Empezó a golpear, golpear y golpear los cuerpos... rasgó las ropas y la piel, rompió huesos y salieron volando pulpa y tejidos.
No lo puedo asimilar.
No puedo... pero, en realidad, sí que podía. Lo sabía. Si sus padres habían tenido alguna oportunidad de sobrevivir, ahora, esa oportunidad se había convertido en cenizas.
¡Levántate! Has dejado que esa cosa mutile a la gente que amas. ¿Vas a permitir que te mutile a ti también? ¿Y qué hay de tu hermano, que está escaleras arriba, solo, probablemente, dormido y sin estar preparado para una masacre?
No. ¡NO! Con un rugido que le salió de un alma que pronto estaría destrozado por el dolor, Saeng se lanzó contra ese enorme pecho cuadrado y le lanzó un puñetazo a la fea cara. El monstruo cayó hacia atrás pero se recuperó con rapidez, dando la vuelta sobre él, sujetándolo por la espalda y tirándolo hacia abajo. Extendió las alas, aislándolos del resto del mundo, como si sólo existieran ellos dos.
Él continuó soltando puñetazos, una y otra vez. Por alguna razón, la criatura nunca trató de clavarle las garras. De hecho, le apartó las manos e intentó... ¿besarlo? Riéndose, riéndose, sin dejar nunca de reírse, esa cosa presionó los labios contra los de él, le metió el fétido aliento en la boca y se estremeció de sublime placer.
—¡Para! —gritó él y esa cosa le metió la lengua tan profundamente que lo hizo callar de nuevo.
Cuando levantó la cabeza, dejó una baba candente detrás, que le cubría a él la mitad inferior de la cara. Los ojos de él brillaban de éxtasis.
—Bueno, esto va a ser divertido —dijo y, acto seguido, se fue, se desvaneció en una nube de humo pútrido.
Durante mucho tiempo, Saeng sintió que tenía la mente y el cuerpo paralizados. Lo único que se le movían eran las emociones y aumentaban a un ritmo alarmante. El miedo... la conmoción... el dolor... todo le presionaba de tal manera que creyó que se iba a ahogar.
¡Haz algo! Finalmente, un pensamiento le hizo eco en la mente—. Puede volver en cualquier momento.
Darse cuenta de ello hizo que tuviera la suficiente fuerza para liberarse del agarrotamiento.
Deslizándose como pudo, se abrió paso hacia los cuerpos de sus padres. Unos cuerpos que no podía recomponer por mucho que lo intentara.
A pesar de que todo lo que tenía dentro se rebelaba contra la idea, tuvo que dejarlos atrás con la esperanza de salvar a su hermano.
—¡Ki! —gritó—. ¡Ki!
Tropezó de camino a la casa y llamó al 911. Después de una explicación apresurada, dejó caer el teléfono y corrió escaleras arriba, chillando de nuevo a su hermano. Lo encontró en su habitación, durmiendo plácidamente.
—Ki. Despierta. Tienes que levantarte. Sin importar lo mucho que lo sacudiera, se limitó a murmurar que lo dejara unos minutos más.
Se quedó con él, protegiéndolo, hasta que llegaron los primeros auxilios. Les mostró el garaje, pero ellos tampoco pudieron recomponer a sus padres.
La policía llegó poco después y, en menos de una hora, Saeng fue acusado de los asesinatos.



CAPÍTULO 1
Cuatro años después.
—¿Cómo te hace sentir eso, Saeng? —La voz del hombre hizo énfasis sobre la palabra sentir, añadiendo una capa de repugnante sordidez.
Manteniendo a los otros pacientes del "círculo de confianza" en la periferia, Saeng echó la cabeza hacia un lado y se encontró con la mirada del doctor. Fitzherbert, también conocido como Fitzpervertido. Tenía cuarenta y pocos años, el pelo canoso, ojos café oscuro y un bronceado perfecto, aunque tenía la piel un poco arrugada. Estaba algo delgado con uno setenta y ocho era sólo unos centímetros más alto que ella.
En general, era moderadamente atractivo. Si hacías caso omiso de la negrura de su alma, por supuesto.
Cuanto más lo miraba fijamente, en obstinado silencio, más sus labios se curvaban divertidos. ¡Oh, cómo lo molestaba! Pero jamás se lo demostraría. Nunca estaría dispuesto a hacer cualquier cosa para complacerlo, pero tampoco jamás se encogería ante su presencia. Sí, era el peor tipo de monstruo, hambriento de poder, egoísta e ignorante de la verdad, y sí, podía hacerle daño. Y lo haría.
Él ya lo tenía.
La noche anterior lo había drogado. Bueno, le había drogado todos los días desde hacía dos meses que trabajaba en la Institución del Condado Moffat para Criminales Locos. Pero la noche anterior lo había sedado con el expreso propósito de desnudarlo, tocarlo de forma inapropiada y tomarle fotografías.
«Un muchacha tan bonito» había dicho. «En el mundo real de fuera, una maravilla como tú me haría esforzarme mucho por algo tan simple como una cita para cenar. Aquí, estas absolutamente a mi merced. Eres mío para hacer lo que me plazca... y me place un montón».
La humillación todavía ardía caliente y profunda, como fuego en la sangre, pero no se traicionaría en un momento de debilidad. Era más listo.
En los últimos cuatro años, los médicos y enfermeras a cargo de su cuidado habían cambiado más veces que sus compañeros de habitación, algunos de ellos estrellas brillantes de su profesión, otros simplemente pasando el momento, haciendo lo que necesitaban hacer, mientras que unos pocos eran peores que los criminales convictos que debían tratar. Cuanto más se derrumbaba, más abusaban de el los empleados. Por lo tanto, siempre se mantenía a la defensiva.
Una de las cosas que había aprendido durante su encierro era que podía confiar sólo en sí mismo. Sus denuncias de trato abominable no eran escuchadas, porque la mayoría de los de arriba creían que merecía lo que le ocurría, si es que lo creyeran en absoluto.
—Saeng —Lo reprendió Fitzpervertido—. El silencio no será tolerado.
Bueno, entonces.
—Me siento como que estoy al cien por cien curado. Probablemente debería dejarme ir.
Al menos la diversión se esfumo. Frunció el ceño con exasperación.
—Sabes muy bien que no debes responder a mis preguntas a la ligera. Eso no ayuda a lidiar con tus emociones o problemas. Aquí eso no ayuda a nadie a tratar con sus emociones o problemas.
—Ah, así que me parezco mucho a ti. —Como si se preocupara por ayudar a nadie además de a sí mismo.
Varios pacientes se rieron disimuladamente. A un par más les caía la baba, burbujas espumosas caían de sus labios al balbucear y quedaban atrapadas en las hombreras de sus batas.
El ceño fruncido de Fitzpervertido se transformó en una mueca, la pretensión de estar aquí para ayudar a punto de desaparecer.
—Esa boca inteligente te meterá en problemas.
No era una amenaza. Era un voto. No importa, se dijo. Vivía con el temor constante de las puertas chirriantes, las sombras y los pasos. De drogas, personas y... las cosas. De sí mismo. ¿Qué era una preocupación más? Aunque... a este ritmo, las emociones serían la cosa que finalmente lo enterraría.
—Me encantaría decirle cómo me siento, doctor Fitzherbert —dijo el hombre a su lado.
Fitzpervertido pasó la lengua por sus dientes antes de dirigir su atención al pirómano en serie que había incendiado un edificio entero de apartamentos, junto con los hombres, mujeres y niños que vivían en el.
A medida que el grupo discutía sentimientos e impulsos y formas de controlar los dos, Saeng se distraía estudiando su entorno. La habitación era tan triste como sus circunstancias. Había feas manchas amarillentas de humedad en el techo de paneles, las paredes eran de un gris descorchado y el suelo estaba cubierto con una alfombra raída de color marrón. Las incómodas sillas metálicas en las que los ocupantes se sentaban eran los únicos muebles. Por supuesto, Fitzpervertido se acomodaba sobre un cojín especial.
Mientras tanto, Saeng tenía las manos esposadas a la espalda. Teniendo en cuenta la cantidad de sedantes que bombeaban a través del sistema, estar esposado era una exageración. Pero bueno, hacía cuatro semanas se había peleado brutalmente con un grupo de compañeros de reclusión, y hacia dos semanas con una de las enfermeras, así que por supuesto, era demasiado amenazador para salir sin restricciones, sin importar que lo hubiera hecho sólo para defenderse.
Había pasado los últimos trece días encerrado en el agujero, una habitación oscura y acolchada donde la privación de los sentidos poco a poco lo llevaba (realmente) a la locura. Había estado hambriento de contacto, y había pensado en algún tipo de interacción que hacer, hasta que Fitzpervertido lao había drogado y fotografiado.
Esta mañana, dispuso su liberación del confinamiento en solitario, seguido por esta salida. No era tonto, sabía que esperaba sobornarlo para que aceptara su maltrato.
Si mamá y papá me vieran ahora…
Reprimió un sollozo repentino, ahogándose. El joven y dulce chico que habían amado estaba muerto, su fantasma de algún modo vivía dentro de él, acosándolo. En los peores momentos, se acordaba de cosas que no tenía por qué recordar.
«Prueba esto, cariño. ¡Será lo mejor que hallas comido!»
Una cocinera terrible, su madre. Taeyeon había disfrutado haciéndole pequeños cambios a las recetas para "mejorarlas".
«¿Has visto eso? ¡Otra anotación para los Sooners!»
Un acérrimo fanático del fútbol, su padre. Había asistido a la UO , en Oklahoma durante tres semestres, y nunca había cortado esos lazos.
No podía permitirse pensar en ellos, en su madre y su padre y lo maravillosos que habían sido... y... oh, no podía evitar que sucediera... La imagen de su madre se formó, tomando el centro del escenario en la mente. Vio caer su cabello, tan negro que parecía tener reflejos azules, igual que los del propio Saeng. Sus ojos dorados, rasgados, muy parecidos a como los de Saeng solían ser. La piel una mezcla rica y cremosa de miel y canela, sin un solo defecto. Taeyeon Heo -una vez Taeyeon Kim- había nacido en Corea pero se había criado en Georgetown, Colorado.
Los tradicionales padres de Taeyeon se habían aterrado cuando ella y el “todo lo blanco que podía ser” Heo Nam se habían enamorado perdidamente y se habían casado. Había vuelto a casa durante las vacaciones de la universidad, la había conocido y se había mudado para estar con ella.
Tanto Saeng y su hermano eran una combinación de la herencia de sus padres. Compartían el pelo de su madre, la piel y la forma de su cara, pero tenía la altura de su padre y su estructura delgada.
Aunque los ojos de Saeng ya no se parecían a los de Taeyeon o Nam.
Después de aquella mañana horrible en su garaje, después de ser arrestado por sus asesinatos, después de su condena, su sentencia de por vida en esta institución para criminales dementes, cuando finalmente había encontrado el coraje de mirarse en un espejo lo que había visto la había sobresaltado. Ojos del color del hielo en invierno, en el corazón de una tormenta de nieve del Ártico; misteriosos y cristalinos, apenas azules, sin una pizca de humanidad. Peor aún, con esos ojos podía ver cosas, cosas que nadie nunca debería tener que ver.
Y, oh, no, no, no. Mientras las personas en el círculo de confianza lloriqueaban, dos criaturas caminaron a través de la pared del fondo, haciendo una pausa para orientarse. La frecuencia cardiaca se le disparo, Saeng miró a sus compañeros, esperando ver las expresiones de terror. Nadie parecía notar a los visitantes.
¿Cómo podían no hacerlo? Una criatura tenía el cuerpo de un caballo y el torso de un hombre. En lugar de piel, estaba cubierto por plata reluciente... ¿metal? Sus patas eran de color rojizo y, posiblemente también con algún tipo de metal, afilado en puntas mortales.
Su compañero era más pequeño, con los hombros caídos y encogidos, cuernos que sobresalían y piernas torcidas en la dirección equivocada. Llevaba un taparrabos y nada más, el pecho peludo, musculoso y con cicatrices.
El olor a huevo podrido llenaba la habitación, tan familiar que era horrible. La primera oleada de pánico e ira ardieron atravesándolo, una mezcla tóxica que no podía permitir que lo controlara. Arruinaría la concentración y disminuiría los reflejos, sus únicas armas.
Necesitaba armas.
Las criaturas se presentaban en todas las formas y tamaños, de todos los colores, de ambos sexos, y tal vez algo en medio de eso, pero tenían una cosa en común: Todos venían a por él.
Todos los médicos que alguna vez lo habían tratado, intentaron convencerlo de que los seres no eran más que producto de su imaginación. Alucinaciones complejas, dijeron. A pesar de las heridas que las criaturas siempre le dejaban, heridas que según los médicos siempre dijeron, había logrado infligirse a sí mismo, en ocasiones les creyó.
No obstante eso no le impedía luchar. Nada podía.
Las miradas rojas y entusiastas por fin se centraron en él. Ambos machos sonrieron, sus colmillos afilados, goteaban expectantes.
—¡Es mío! —dijo Caballo.
—No. ¡Mío! —grito Cuernos.
—Sólo hay una manera de resolver esto. —Caballo lamió sus labios con anticipación—. De la manera más divertida.
—Divertido —estuvo de acuerdo Cuernos.
Diversión, la palabra en clave para "moler a palos a Saeng”. Por lo menos no tratarían de violarlo.
«¿No lo ve Joven Heo?» Le había dicho uno de los médicos una vez. «El hecho de que estas criaturas no lo violen prueba que no son más que alucinaciones. Su mente no les permite hacer algo que usted no puede manejar».
Como si pudiera manejar cualquiera de las otras cosas.
«¿Cómo explica las lesiones que recibo mientras estoy atado?»
«Hemos encontrado las herramientas que escondía en su habitación. Clavos, un martillo todavía estamos tratando de averiguar cómo los consiguió, fragmentos de vidrio. ¿Debo continuar?»
Sí, pero todo eso había sido para protegerse, no para mutilarse.
—¿Quién va primero? —preguntó Caballo, sacándolo fuera del recuerdo deprimente.
—Yo.
—No, yo.
Continuaron discutiendo, pero el indulto no duraría mucho tiempo. Nunca lo hacía. La adrenalina se apoderó de él, haciendo que las piernas le temblaran.
No te preocupes. Saldrás de esta.
Aunque los otros pacientes no estaban al tanto de lo que ocurría, todos eran sensibles al cambio en su estado de ánimo. Gemidos y gruñidos estallaron a su alrededor. Tanto hombres como mujeres, jóvenes y viejos, se retorcían en sus asientos, con ganas de salir corriendo.
Los guardias apostados en la salida se pusieron rígidos, entrando en estado de alerta, pero no estaban seguros de quién era el culpable.
Fitzpervertido lo sabía, clavo la mirada en Saeng con su patentado ceño fruncido de “soy el rey del mundo”.
—Te ves preocupado, Saeng ¿Por qué no nos dices lo que te molesta? ¿Eh?
¿Estás arrepentido de tu arrebato de antes?
—¡Vete al diablo, Fitzpervertido! —Volvió a mirar a sus objetivos. Ellos eran la amenaza más grande—. Ya llegara tu turno.
Él contuvo el aliento.
—No se te permite hablarme de esa manera.
—Tienes razón. Lo siento. Quiero decir, que te jodan, doctor Fitzpervertido — Desarmado no significaba desvalido, se dijo, y hoy no estaba atado, se lo demostraría a las criaturas y a Fitzpervertido.
—Pendenciero —dijo Caballo con un gesto alegre.
—Por lo tanto divertido de quebrar —se rió Cuernos.
—¡Mientras sea yo quien lo quiebre!
Y así comenzó una nueva ronda de discusiones.
Por el rabillo del ojo, vio al buen doctor indicarle que se adelantara a uno de los guardias, y sabía que el tipo le tomaría la mandíbula con mano implacable y le empujaría la mejilla contra el estómago para inmovilizarlo. Una situación degradante y sugerente que humillaba tanto como intimidaba, y que le impediría morder a Fitzpervertido mientras le inyectaba otro sedante.
Tengo que actuar ahora. No puedo esperar.
No se permitió a sí mismo detenerse y pensar, se levantó de un salto, doblo las rodillas contra el pecho, deslizo los brazos atados por debajo del trasero y por los pies. Sus clases de gimnasia no le habían fallado. Ahora con las manos delante de él, se retorció, agarró y plegó la silla, colocando el metal como un escudo.
Perfecta sincronización. El guardia lo alcanzó.
Giró a la izquierda, golpeándole en el estómago con el escudo. El aire salió de su boca mientras se encorvaba. Otro giró y le golpeó en un lado de la cabeza, enviándolo al suelo en un amasijo inconsciente.
Unos pocos pacientes gritaron con angustia, y algunos otros con pavor. Las babas continuaban goteando. Fitzpervertido corrió hacia la puerta para obligar al guardia que quedaba a actuar como su escudo, y también para llamar a más guardias con la simple pulsación de un botón. La alarma chirrió a la vida, arrojando a los pacientes que ya están desconcertados a un total frenesí.
Ya no se contentaron con discutir afuera, las criaturas se dirigieron hacia él, de manera lenta y constante, burlándose.
—¡Oh, las cosas que voy a hacerte, niño!
—¡Oh, cómo vas a gritar!
Más cerca... más cerca... casi a distancia de ataque... totalmente a distancia de ataque... Se balanceó. Falló. La pareja se echó a reír, separados y en armonía se lanzaron a por él.
Manejó la silla como si fuera un bate, pero no podía estar al tanto de sus dos adversarios al mismo tiempo, y el otro logró arañarle el hombro. Hizo una mueca pero por lo demás ignoro el dolor, girando a su alrededor golpeó el aire, sólo aire.
El volumen de las risas aumentó, las criaturas corrían en círculos alrededor de él, balanceándose constantemente.
Puedo manejar esto.
Cuando Caballo estuvo delante, le golpeó por debajo de la barbilla con la parte superior de la silla, sacudiéndole los dientes y el cerebro, si tuviera uno, contra la parte posterior del cráneo. Al mismo tiempo, le dio una patada a Cuernos, que estaba detrás, en el estómago. Ambas criaturas se apartaron tropezando, sus sonrisas, finalmente desaparecieron.
—¿Eso es todo lo que tienen, niñas? —Les incitó. Dos minutos más, eso es de todo lo que disponía, y luego los guardias que habían sido llamados entrarían corriendo e irían a por él, sujetándolo en el suelo, entonces Fitzpervertido y su aguja tomarían las riendas. Quería terminar con estas criaturas.
—Vamos a ver —siseó Caballo. Abrió la boca y rugió, y su terrible aliento de algún modo creó un viento fuerte e imparable que empujó al pirómano contra Saeng.
Para todos los demás, es probable que pareciera que el tipo estaba saltando por propia voluntad, con la intención de retenerlo. Otro giro, envió volando la silla a través del cuerpo de Caballo y su trasero, como si la criatura no fuera nada más sustancial que la niebla. Para chico fuego, no estaba. Las criaturas eran siempre solamente tangibles para él y lo que sostuviera.
En algún momento durante el intercambio, Cuernos se había movido más allá de su periferia. Ahora se las arregló para colarse detrás de él y rastrillar sus garras contra el hombro que ya estaba sangrando. Cuando se volvió, se volvió con él, arañándolo una vez más con esas garras.
El dolor... oh, el dolor. Ya no era posible ignorarlo.
Las estrellas brillaron en el campo de visión. Oyó risas detrás de él, y sabía que Cuernos estaba allí, listo para clavarle las garras otra vez. Se lanzó hacia adelante, fuera del camino, y tropezó.
Caballo lo agarró por los antebrazos, evitando que cayera. Él lo dejó ir sólo para darle un puñetazo en la cara. Más dolor, más estrellas, pero cuando levantó su puño para un segundo golpe, estaba listo. Tiró de la silla y se la clavó en la mandíbula, luego lo giró con el propósito de que impactará los nudillos contra el asiento de la silla en lugar de en el pómulo. Su aullido rasgó el aire.
Pasos detrás de él. Dio una patada hacia atrás, conectando con Cuernos. Antes de dejar caer la pierna, giró y pateó con la otra, moviendo como tijeras los tobillos para aprovechar el doble golpe a su intestino. Cuando se desplomó, respirando con dificultad, colocó la silla al revés y lo remató, golpeando el borde metálico contra su tráquea.
La sangre negra formó un charco y burbujeó, haciendo espuma y chisporroteando a su alrededor mientras quemaba el suelo de baldosas. El vapor se elevó, enroscándose en el aire.
Un minuto para el final.
El máximo daño, pensó.
Caballo lo llamó por un nombre muy descortés, todo su cuerpo temblaba de ira contenida. Cerró la distancia con fuertes pasos y repartió golpes a diestro y siniestro con aquellos brazos parecidos a garrotes. Sin garras, sólo los puños. El tiempo de jugar había terminado, supuso. Cubriéndose, se agachó y se inclinó de nuevo para asegurarse de que esos martillos carnosos sólo se encontraran con la silla. Al mismo tiempo le golpeaba con el metal abollado, descargando múltiples golpes.
—¿Por qué has venido a por mí? —exigió—. ¿Por qué?
Un destello de colmillos ensangrentados.
—Sólo por la diversión. ¿Por qué si no?
Siempre lo preguntaba, y siempre recibía la misma respuesta, no importa que cada uno de sus adversarios fuera diferente. Las criaturas llegaban una vez, sólo una vez, y después de precipitar la destrucción, creando el caos, desaparecían para siempre.
Si sobrevivían.
Había llorado después de su primer asesinato, y su segundo y su tercero, a pesar de que las criaturas sólo tenían la intención de hacerle daño. Había algo de malo en arrebatar una vida, no importa la razón para hacerlo. Oír el estertor del último aliento... ver el brillo atenuarse en los ojos de alguien... y saber que eras el responsable... Siempre pensaba en sus padres. Por el camino, se le había endurecido el corazón como un bloque de piedra y había dejado de llorar.
Los guardias de seguridad finalmente llegaron, tres cuerpos duros se estrellaron contra él por detrás y lo arrojaron al suelo. Cuando se estrelló, se estrelló duro, cortándose la mejilla ya lastimada sobre el azulejo. Experimentó una afilada lanza de dolor mientras el sabor de monedas antiguas le llenaba la boca y le cubría la lengua. Más de esas estrellas demasiado brillantes titilaron ante la vista, cosas corrosivas que crecían... y crecían... cegándolo.
La ceguera hizo que entrara en pánico, le recordaba aquella mañana terrible, funesta, hacía mucho tiempo.
—¡Soltadme! ¡Lo digo en serio!
Unas rodillas inflexibles se le clavaron en los hombros sangrantes, la espalda y las piernas, unos dedos ásperos presionaban hasta el hueso.
—Quédate quieto.
—¡Os dije que me soltarais!
Caballo había huido porque el olor a putrefacción fue pronto reemplazado por la loción para después del afeitado y el tocino, del aliento tibio que le acariciaba la mejilla. No se permitió temblar, ni se permitió revelar el asco por el médico que ahora se cernía sobre él.
—Está bastante fuera de ti, Saeng —dijo en un tono de desaprobación Fitzpervertido.
—Nunca es suficiente —le respondió, obligándose a calmarse por sí mismo. Inspirando y expirando profundamente. Cuantas más emociones mostrara, más sedante utilizaría.
—Tsk, tsk. Deberías haber jugado mejor. Podría haberte ayudado. Duerme ahora.
—canturreó.
—No te atrevas…
La mandíbula se le aflojó un segundo después del pellizco esperado en el cuello. En un abrir y cerrar de ojos, tenía un rayo blanco en la vena, extendiéndose tan rápidamente como las estrellas.
A pesar de que despreciaba ese sentimiento de impotencia y sabía que Fitzpervertido le haría pagar después con una visita, a pesar de que luchó con cada pedacito de fuerza que le quedaba, Saeng se deslizó en la oscuridad que lo esperaba.



CAPÍTULO 2
«¡Mírame, Hyun Joongl! Mira lo alto que estoy volando».
«Lo estás haciendo muy bien, Siwon. Estoy orgulloso de ti».
«¿Crees que puedo dar una voltereta sin caerme al suelo?»
«Por supuesto que sí. Puedes hacer cualquier cosa».
«Una risa tan dulce como el repicar de campanas hizo eco a través del cielo».
«Pero ya me he caído tres veces».
«Lo que significa que ahora sabes lo que no debes hacer».
—¿Señor? ¿Su Gran y Poderosa Alteza? ¿Me está escuchando?
La voz masculina trajo a Hyun Joong de vuelta del pasado y de la única brillante luz en un mundo de otra forma oscuro, lanzándolo directamente al presente. Le echó un vistazo a Jung Min, el autoproclamado segundo al mando de su ejército angelical. Una promoción que él no había discutido, a pesar de la actitud del guerrero. El hecho era que Min era el mejor del grupo, lo que en realidad no significaba mucho.
Cada ángel de su ejército había presionado a la Deidad, su rey, más allá del límite de su paciencia. Cada uno había roto tantas reglas, eludido tantas leyes, que era un milagro que aun conservaran las alas… y aún un milagro más grande que Hyun Joong hubiese tolerado a los guerreros por tanto tiempo como lo había hecho.
Se aclaró la garganta.
—Sí, estoy escuchando —ahora.
—Mis más humildes disculpas si os aburrí antes —fue la respuesta irrespetuosa de Min.
—Aceptadas.
La quijada del ángel crujió mientras se daba cuenta que Hyun Joong no se había dado por ofendido.
—Os pregunté si estabais listo para que atacáramos.
—Aún no.
Min se colocó junto a él, la gran longitud de sus alas extendidas pero sin tocarse. A ninguno de los dos le gustaba ser tocado. Por supuesto, Min siempre hacía concesiones por las mujeres que se llevaba a la cama, pero Hyun Joong no hacía tales excepciones por nadie.
—Estoy ansioso por luchar, Majestad. Todos lo estamos.
—Te he dicho antes que no me llames por ese título. En cuanto a tu petición, esperarás como se te ha ordenado. Todos vosotros —desobedecer significaba ser castigado, un concepto con el que el mismo Hyun Joong estaba ahora íntimamente familiarizado.
Esto había empezado unos pocos meses atrás, cuando había sido convocado en el templo de la Deidad, ese santuario secreto que muy pocos ángeles tenían el privilegio de visitar. Durante ese encuentro sin precedentes, copos de nieve habían empezado a caer desde las alas de Hyun Joong, una tormenta constante, y una señal del frío desagrado de su Deidad. Y las palabras de la Deidad, a pesar de haber sido dichas con suavidad, habían sido tan mordaces como la nevada.
Aparentemente, “el severo despego de las emociones” de Hyun Joong había causado un “daño colateral” durante las batallas con los demonios. En múltiples ocasiones, la Deidad le había inculpado, Hyun Joong había escogido dar muerte a sus enemigos al costo de inocentes vidas humanas. Por supuesto, tal comportamiento era “inaceptable”.
Se había disculpado, incluso a pesar de que no estaba arrepentido de sus acciones, puesto que él había enojado al único ser con el poder de destruirlo. En verdad, no entendía el atractivo -o la utilidad- de los humanos. Eran débiles y frágiles, y clamaban que todo lo que hacían era por amor.
Amor. Hyun Joong hizo una mueca despectiva. Como si los simples mortales supieran algo sobre el amor desinteresado y vivificante. Ni siquiera Hyun Joong lo sabía, Siwon lo había hecho… pero Hyun Joong ya no pensaba en él.
La disculpa no significaba nada, le dijo su Deidad. En realidad, menos que nada, ya que su Deidad podía verle el oscuro hueco del pecho, donde el corazón debería latir con emoción… pero no lo hacía.
«Debería tomar tus alas y tu inmortalidad y desterrarte a la tierra, donde no serás capaz de ver a los demonios viviendo entre nosotros. Si no puedes verlos, no podrás combatirlos como estás acostumbrado a hacer. Si no puedes luchar contra ellos, no puedes dar muerte a los humanos que los rodean. ¿Es eso lo que quieres, Hyun Joong?
¿Vivir entre los caídos y lamentarte por la vida que alguna vez tuviste?»
No, él no quería nada parecido. Hyun Joong vivía para asesinar demonios. Si no podía verlos y combatirlos, estaría mejor muerto. De nuevo, había expresado su arrepentimiento.
«Has pedido disculpas al Alto Concilio Celestial muchas veces en el pasado por este mismo crimen, Hyun Joong, sin embargo, nunca has cambiado tus maneras. Aun así, por mucho tiempo, mis asesores de confianza me recomendaron tener clemencia. Después de todo lo que has sufrido, ellos esperaban que en algún momento encontraras tu camino. Pero el tiempo ha pasado y de nuevo has fallado en hacer lo que el Concilio te pidió, y ya no pueden ignorar tus trasgresiones. Ahora, debo intervenir, pues yo, también, debo responder a un poder superior, y tus acciones me reflejan pobremente».
En ese momento Hyun supo que no habría palabras para eludir la condena. Y había estado en lo correcto.
«Las palabras son dichas muy fácilmente, como tú lo has probado», había continuado la Deidad, «pero muy raramente son acompañadas con acciones. Ahora, llevarás contigo la expresión física de mi descontento, de forma que jamás olvides este día».
«Como deseéis», había replicado él.
«Pero Hyun Joong, no dudes de que algo peor te espera si me desobedeces de nuevo».
Él le había agradecido a su Deidad por la oportunidad de mejorar y lo había dicho en serio… hasta la siguiente batalla. Había herido y asesinado a numerosos humanos sin piedad y sin pensarlo, porque ellos habían herido y asesinado a Ivar, uno de los miembros de los Siete de la Élite de la Deidad. Un guerrero de inimaginable fuerza y habilidad.
El hecho de que las acciones de Hyun Joong hubieran sido en nombre de la venganza no había importado, de hecho había perjudicado a su causa. El Altísimo debía decidir cómo manejar la situación, y ya que Él era el poder más alto al que la Deidad de Hyun Joong debía responder, su palabra era ley. Hyun Joong debía haber mostrado paciencia.
Al día siguiente, la Deidad lo había convocado de nuevo.
Había esperado, a pesar de lo que había hecho, ser escogido como el siguiente miembro de la Élite, pero en cambio, había descubierto que se había ganado otro castigo. “Peor”, descubrió, que era exactamente esto.
Durante un año, Hyun Joong lideraría un ejército de ángeles que eran tal como él. Aquellos que nadie más quería bajo su comando. Los rebeldes. Los torturados. Su misión: Enseñarles respeto, que él mismo todavía tenía que demostrar, por la Deidad y por la santidad de la vida humana. Y para asegurarse de que tomaría su responsabilidad en serio, solo él cargaría con la responsabilidad de las acciones de sus guerreros.
Si alguno de sus ángeles asesinaba a un humano, él sufriría una paliza.
Ya había sufrido ocho.
Al finalizar el año, si las buenas acciones de Hyun Joong pesaban más que las malas, él y todos sus ángeles tendrían permitido permanecer en el cielo. Si las malas sobrepasaban a las buenas, él y todos sus ángeles perderían las alas y su lugar en el cielo.
Claramente, Hyun Joong había reflexionado, la Deidad estaba haciendo limpieza de personal. De esta forma, podría eliminar de los cielos cada espina en su costado de un tirón y nadie en su Concilio podría llamarlo cruel o injusto, puesto que les había concedido un año de oportunidades para redimirse a sí mismos.
Así que aquí estaban, Hyun Joong y su ejército atascados manejando asuntos que estaban muy por debajo de sus habilidades. En su mayor parte, eso significaba encontrar una forma de liberar a humanos que estuvieran poseídos por demonios, ayudando a aquellos que estaban siendo influenciados inmoralmente y participando en insignificantes batallas ocasionales.
Esta noche marcaba la misión número diecinueve de su ejército -aunque sólo su tercera ronda de combate-, y cada una había terminado peor que la anterior. Sin importar con que amenazaba, los ángeles parecían disfrutar ignorando sus órdenes. Le sacaban el dedo. Lo maldecían. Se reían en su cara.
No los entendía. Este año era también su última oportunidad. Ellos tenían tanto que perder como él. ¿No deberían buscar su favor?
—¿Ahora? — Min preguntó ansiosamente, su voz más humo que sustancia. Una vez hace mucho tiempo, su garganta había sido cortada… y cortada, y cortada hasta que las cicatrices se habían convertido en un collar permanente.
—Aun no. Lo digo en serio.
—Si tardáis en convocar a la batalla pronto…
Actuarían, de cualquier forma.
—¿Es que a nadie le importa sufrir mi ira? —gruñó. Miró detenidamente hacia abajo, hacia la Institución del Condado de Moffat para Criminales Locos, que estaba escondido en las montañas de colorado. El edificio era alto y ancho, con una cerca eléctrica con alambre de púas, y con guardias armados vigilando tanto el parapeto como los terrenos. Lámparas halógenas alumbraban intensamente cada esquina, ahuyentando las sombras.
Lo que los guardias no podían ver, sin importar cuán intensas fueran sus lámparas, eran los demonios menores arrastrándose por las paredes, desesperados por deslizarse dentro.
Pero al igual que los guardias, los demonios no podían ver la amenaza que los rodeaba. Los veinte soldados bajo las órdenes de Hyun Joong permanecían ocultos. Sus alas, usualmente blancas entrelazadas con oro, eran ahora de color ónix con pinchazos de estrellas, un espejo de los cielos. El cambio natural fue hecho con una simple orden mental. Más que eso, sus túnicas angelicales eran ahora camisetas y pantalones a la medida de sus musculosos cuerpos, negros y listos para el combate.
—¿Por qué escogerían los demonios tomar este lugar? —preguntó Hyun Joong. Y aparentemente lo habían estado intentando durante años. Otros ejércitos habían sido enviados, pero ninguno había hecho ningún progreso real. Tan pronto como un grupo de demonios menores era eliminado, otra tanda tomaba su lugar.
Había solo dos razones por las cuales ningún otro ejército había pensado en descubrir el porqué. Uno, no les había importado ayudar a los humanos dentro del edificio. O dos, su trabajo había terminado con la batalla. De cualquier manera, Hyun no pensaba cometer el mismo error. No podía.
Con el cabello dorado rizándose inocentemente alrededor de un rostro que era de alguna forma más diabólico que angelical, Min le lanzó una mirada maliciosa de color zafiro. El contraste entre inocente y carnal podía ser cautivador, o eso había oído Hyun Joong. Tanto las mujeres humanas como las inmortales se lanzaban a Min, quien no ocultaba su deseo sexual cuando se revelaba ante aquellos que no debían saber que estaba allí. Especialmente dado que sus deseos bordeaban el linde de lo peligroso… de lo aceptable.
La mayoría de los ángeles que pertenecían a la Deidad, ya fueran guerreros o portadores de alegría, eran tan inmunes a las pasiones de la carne como Hyun Joong. Pero, la mayoría de ellos no habían sido capturados por una horda de demonios, atrapados y torturados durante semanas, como lo había sido Min.
Suponía que cuando vivías durante tanto tiempo como ellos lo hacían, especialmente cuando esos años eran pasados en guerra, lo más probable era que aprendieras el verdadero significado del dolor y que trataras de buscar refugio en cualquier placer que pudieras conseguir.
Kyu y Joon, iguales a Min en términos de fuerza y astucia, también habían sido capturados y torturados. Los tres eran ahora inseparables, el trauma y el horror de la experiencia los había unido. Trastornándoles, sí, eso también, como probaba el lugar que ocupaban dentro de las filas de su ejército, pero uniéndolos, no obstante.
—El mal ansía la compañía del mal, desesperado por destruir cualquier cosa que valga la pena salvar —dijo Min, la sabiduría remplazando su irreverencia anterior—.
A lo mejor alguien de dentro los convocó.
Tal vez. De ser así, la batalla acababa de convertirse en un dilema. La convocación de demonios estaba estrictamente prohibido, un crimen penado sólo a través de la muerte. Una muerte que no sería daño colateral sino intencional, y aun así, Hyun Joong no estaba seguro de cómo se tomaría la Deidad tal asesinato.
Humanos, pensó mientras negaba con la cabeza con disgusto. No eran nada más que problemas. No tenían ni idea del oscuro poder con el que danzaban. Un poder que podía parecer excitante al principio, pero que simplemente corroería su humanidad.
—Ninguno de los demonios ha entrado realmente en el edificio —dijo él—.
Tengo curiosidad acerca del porqué.
La cabeza de Min se inclinó hacia un lado, su estudio de los demonios intensificándose.
—No lo había notado, pero veo ahora que estáis en lo cierto, Majestad.
Ninguna reacción.
—Captura uno de los demonios y llévalo a mi nube para ser interrogado.
—Será mi placer —tanto como Min disfrutaba seduciendo a sus amantes, él disfrutaba más torturando demonios—. ¿Algo más, Señor Nuestro?
Ninguna. Reacción.
—Sí. A mi señal, el ejército puede atacar, pero quiero que Joon traiga al demonio más salvaje que pueda encontrar al tejado de la institución. Rápidamente. —Hyun Joong pudo haber, debió haber, dictado las ordenes dentro de las mentes de sus soldados, como todos los comandantes podían hacer, pero hacer eso hubiese invitado a sus voces adentrarse en su mente, y esa era una intimidad que no permitiría.
Una sonrisa de alivio destelló revelando rectos y blancos dientes.
—Considerarlo hecho.
Antes de que Min pudiera retirarse, Hyun añadió:
—Estoy seguro de que no tengo que recordarte que ningún humano debe ser lastimado durante la batalla. Si debes renunciar al asesinato de un demonio para salvar una vida humana, hazlo. Asegúrate de que los otros lo sepan.
Al principio, no le había importado que sus hombres optaran por destruir a un humano para llegar a un demonio. Después de su tercer azotamiento por un crimen que él no había cometido, le había empezado a importar.
Un latido de silencio, dos. Entonces:
—Sí, por supuesto, Líder de los Supremamente Indignos.
Con esa frase de despedida, Min desapareció en una ráfaga de movimiento para alertar a los otros que aún ahora rodeaban el edificio.
Un escaso minuto después, espadas de fuego aparecieron en las manos de cada ángel, las llamas más intensas y más puras de las que se pudieran encontrar en el infierno. Amenazantes fragmentos de luz color ámbar lamían sobre las determinadas expresiones y los músculos duramente obtenidos… Y esas luces empezaron a arquearse hacia abajo en rápida sucesión, gritos de dolor y últimos estertores, pronto resonaron. Escamosos, retorcidos -y ahora sin cabeza- cuerpos llovían desde las paredes.
Hasta ahí llegó lo de esperar la señal de Hyun. Tendría que lidiar con eso más adelante.
Aunque hubiese disfrutado asesinando demonios junto a sus hombres, esperó, puesto que esta noche buscaba una presa más grande. Eventualmente, un camino fue despejado, y él voló hacia abajo… hacia abajo… y aterrizó graciosamente en el borde plano del tejado. Plegó las alas dentro de la espalda.
—El demonio salvaje, como solicitasteis, Rey Magnificente —dijo una voz familiar junto a él—. Rápidamente.
Una enorme bestia sin vida cayó con un golpe a los pies de Hyun Joong. El veneno goteaba de la punta de sus garras. Largos cuernos sobresalían de sus hombros, y parches de pelaje y escamas formaban un patrón de doble hélice en sus piernas.
Había un pequeño problema. El demonio no tenía cabeza.
—Este demonio está muerto —dijo.
Hubo la más escasa de las pausas antes de que Joon respondiera:
—Min transmitió vuestra orden palabra por palabra. En esto, no fue lo suficientemente sabio para especificar una preferencia.
—Cierto. —Por supuesto debió haber sido más sensato.
Joon, se situó a un lado del edificio y dijo:
—¿Debería traeros otro o planeáis reprenderme por mi error, Glorioso Rey? —las palabras contenían un amargo filo.
Joon era un bruto de hombre, con piel de color bronce veteada de oro y brillo, ojos multicolores en rosa, púrpura, azul y verde. Un contraste extraordinario.
Poco después de su rescate de las brutales garras de los demonios, -y su subsecuente desenfreno mortal a través de los cielos, donde nadie había estado a salvo de su furia indiscriminada-, el Alto Concilio Celestial había dictaminado a Joon como inestable e incapacitado para su deber. Caer era un castigo muy poco severo, habían dicho, y por tanto había sido sentenciado a una verdadera muerte, su espíritu, el poder que alimentaba su vida, su alma, la personificación de sus emociones, y su cuerpo físico, serían eliminados enteramente de esta existencia.
Min y Kyu habían protestado, demandando que el guerrero fuese reincorporado y prometiendo que ellos serían responsables si cualquier otro problema surgía. También habían jurado para asegurarse de que también sufrirían la verdadera muerte si eran separados de su amigo.
A regañadientes, el Concilio accedió. Con la cantidad de actividad demoníaca que plagaba el mundo, los guerreros de su calibre tenían gran demanda. Aun así, Hyun dudaba que alguna amenaza funcionara de nuevo alguna vez.
—No habrá reprimenda —dijo, y Joon parpadeó con sorpresa.
La mirada de Hyun se dirigió hacia el demonio Serpe que aún en ese instante se deslizaba por la reja en un intento por pasar desapercibido. Los Serpe poseían la cabeza y el torso de un humano pero la parte inferior del cuerpo de una serpiente, y eran más temperamentales que los dos juntos.
Inclinándose, Hyun agarró la gruesa, vibrante cola y dio un tirón. El Serpe se retorció, con los colmillos al descubierto y los brazos levantados para atacar a quienquiera que se hubiera atrevido a detenerlo. Hyun Joong mantuvo un agarre firme, enroscándose la longitud de la cola alrededor del brazo mientras usaba la mano libre para coger el cuello del demonio. Apretó.
Ojos color carmesí se agrandaron con alarma al tiempo que las garras en las puntas de los dedos lo cortaban.
—¡Hyun Joong, no, cualquiera menosss Hyun Joongl! Regresssaré, Regresssaré, lo juro.
Finalmente, respeto por su autoridad.
—Este servirá —le dijo a Joon—. Puedes continuar con tus obligaciones.
El ángel inclinó la cabeza, incluso mientras sus ojos se ponían vidriosos con desconcierto. Pero no dijo más, en cambio, saltó de vuelta a la batalla.
—Por favor. Regresssaré.
Los demonios podían haber sido incapaces de entrar en el edificio por la razón que fuera, pero Hyun no tenía tal problema. Le ordenó al cuerpo, así como al del Serpe, que se desvaneciera y los dos descendieron a través de la piedra. Segundos más tarde, Hyun estaba en la planta baja del edificio.
Olvidándose de quien lo sostenía, el Serpe suspiró con dicha, y se estiró hacia el techo.
—Tiempo de divertirme.
Hyun lanzó al demonio al suelo recién pulido del vestíbulo. Múltiples guardias de seguridad patrullaban el área, y varias hembras humanas se ocupaban de la recepción pero ni uno sólo notó a los intrusos entre ellos.
El Serpe se escabulló hacia arriba por las paredes, atravesando fantasmalmente el techo y desapareciendo de su vista. Hyun se movió de un piso al otro, un mero paso detrás. Finalmente, el Serpe dejó de trepar, entrando disparado en una de las habitaciones del piso catorce.
Dentro, las paredes estaban acolchadas en negro. No había ventanas. Un simple conducto de ventilación en el techo proveía la única brisa dentro de la habitación, y una glacial, si a eso íbamos. La habitación era estéril excepto por una solitaria pieza de mobiliario. Una camilla de hospital, con… un joven hombre atado sobre ella.
Cada músculo del cuerpo se le tensó. Por un momento, el pasado amenazó con levantarse y tragárselo entero.
«Mátame, Hyun Joong. Tienes que matarme. Por favor».
Hacía mucho tiempo que había construido un dique para bloquear los recuerdos del pasado, una barrera que había necesitado desesperadamente. Al parecer, siempre la necesitaría. Reforzó el dique ahora, poniendo la mente en blanco para cualquier cosa que no fuera el presente.
A primera vista, el hombre parecía estar dormido. Pero entonces su cabeza giró hacia un lado, su atención aparentemente atrapada por el demonio que no debería ser capaz de ver. De repente, horror, rabia y miedo pulsaron de él.
¿Había él, un simple humano, sentido de alguna forma al Serpe?
Hyun Joong lo estudió. Él vestía una bata tan fina como el papel, sucia y rasgada, su esbelta figura temblaba. Largo cabello se enredaba en torno a un rostro delicado, las hebras eran tan oscuras que parecían ser de un impresionante color azul medianoche. Círculos oscuros estropeaban la piel bajo sus ojos y sus mejillas estaban más hundidas de lo que debían haber estado, sin mencionar que estaban terriblemente magulladas y arañadas. Sus labios eran rojos, agrietados. Sus ojos azules como el hielo, y en sus profundidades vio una interminable tormenta de dolor que ningún humano estaba preparado para soportar.
No, esos ojos no pertenecían a un mortal, comprendió. Pertenecían al consorte de un demonio.
En algún sitio allá afuera había un Alto Señor Demonio -el más peligroso de todos los demonios del infierno- que consideraba a esta humana de su propiedad exclusiva. Suya para poseer, suya para torturar… suya para disfrutar de cualquier manera que quisiera. El demonio había envenenado sus ojos, marcándolo como suyo, asegurándose de que él pudiese ver dentro del mundo espiritual que coexistía al lado del mundo mortal. Su mundo. De este modo, había atraído, a su vez, la atención de otros demonios hacia él.
Había tenido que ser un participante voluntario cuando fue marcado, porque los humanos no podían ser forzados. Seducidos, sí. Engañados, absolutamente. Ansiosos por incursionar en las artes oscuras, sin lugar a dudas. Pero nunca forzados.
¿Se había cansado el Alto Señor de él? ¿Era esa la razón por la que estaba aquí sin él? No, decidió un segundo más tarde Hyun. Un demonio nunca se hartaba de su humano. Se quedaba alrededor hasta el sangriento y amargo final, o hasta que el humano se espabilaba y lo forzaba a irse.
Así que… ¿Por qué no lo asesinaba y trataba de ocultar su crimen? Los apareamientos entre demonios y humanos estaban prohibidos, el acto conllevaba una sentencia de muerte. La del demonio y la del humano. No era como si Hyun o alguno de sus hombres fuera a matar a este humano. Eso no estaba en el menú de hoy.
No habría daño colateral.
—Mantente apartado de mí —dijo él, sacando a Hyun de sus pensamientos.
Su voz era rasposa, ya fuera por las drogas o por la tensión. ¿O era ese su tono natural?
—. Soy un terrible enemigo.
Para alguien que había estado de acuerdo en vincular su vida con la de un demonio, no sonaba feliz con los resultados. Estaba dispuesto a apostar que él había sido seducido o engañado, y ahora se arrepentía.
Los humanos muy raramente aprendían hasta que era demasiado tarde, y sin embargo, no tenía que ser de esa manera.
—Lassstímame, macho. Por favor… —con la cola repiqueteando a un ritmo fatal, el Serpe se deslizó alrededor de la camilla. Su bífida lengua saliendo como una flecha entre sus colmillos—. Essso ess lo que me gussssta antessss de cada tentempié.
El demonio menor lo quería, pero no por él, sino porque a las criaturas del inframundo nada les gustaba más que superar a uno de sus propios hermanos. El derecho a jactarse era tan valioso como el oro, como lo era el sentido de superioridad que lo acompañaba. Bueno, eso, y la emoción de arruinar a alguien que se suponía que estaba bajo la protección de los cielos.
Tensándose, el humano dijo:
—Tócame una vez, sólo una vez, y encontraré una manera de liberarme de estas sujeciones. Te arrancaré la cabeza. He decapitado a los de tu especie antes, sabes. Quizá incluso a algunos amigos tuyos, ¿eh?
Una respuesta interesante, iba más allá del simple arrepentimiento.
Las valientes palabras ganaron un siseo de anticipación.
—Mientesss, mientesss, me dassss placer al mentir. Esss tan deliciosso.
—¡Lo digo en serio! Si crees que una cosa tan minúscula como estas ataduras va a detenerme, entonces tienes el cerebro más dañado de lo que pensaba. Y un boletín de última hora, creo que tu coeficiente intelectual es de un solo digito.
Él miró hacia la izquierda y hacia la derecha, como si estuviera buscando alguien para que la ayudara. Aunque el humano podría ver al Serpe, no podía ver a Hyun Joong. Esa no era exactamente una revelación, si no deseaba ser sentido, no lo sería; ni por un demonio, ni por el consorte de un demonio, ni siquiera por otros ángeles.
Intrigado acerca de su reacción ante él, Hyun se materializó en su forma natural, creando al mismo tiempo una espada de fuego desde nada más que aire. La mirada nunca abandonando la del humano, cortó, decapitando al demonio y acabando con su miserable existencia. Sí, asesinar era así de fácil para él. Se deshizo de las llamas.
—¿Qué…? ¿Cómo…? —Ojos cristalinos lo encontraron y se agrandaron. Sus dientes empezaron a castañear—. ¿Esto-toy soñando? Las drogas… Tengo que estar colocado. O soñando, tal vez. Sí, eso tiene sentido.
—No lo tiene, puesto que no lo estás.
—¿Estás seguro? Te ves como el príncipe que yo una vez… uh, olvídalo.
¿Qué él una vez… qué?
—Estoy seguro.
—Entonces, ¿Qui-quién eres? ¿Qué eres? ¿Cómo entraste aquí?
A pesar de sus preguntas, parecía saber que él no era como la criatura que acababa de derrotar. Los demonios hacían todo lo posible por evocar miedo. Los ángeles hacían todo lo que podían para evocar una sensación de paz. O mejor dicho, se suponía que lo hacían.
—¿Qué eres? —Preguntó el humano de nuevo—. ¿Estás aquí para matarme?
«Mátame, Hyun Joong. Tienes que matarme. Por favor. Ya no puedo vivir así. Es demasiado, demasiado duro. ¡Por favor!»
De nuevo, el pasado amenazaba con levantarse y consumirlo. De nuevo, puso la mente en blanco. Aunque no le debía ninguna explicación al humano, y aunque era el consorte de un demonio y no era confiable, se encontró a sí mismo diciendo:
—No te mataré. Soy un ángel.
Como con todos los ángeles de la Deidad, la voz de Hyun Joong contenía un innegable tono de verdad. Típico de su especie, él se estremeció ante su pureza, pero no podía dudar de él.
Parpadeando rápidamente, él dijo:
—Un ángel. ¿Cómo un ángel del cielo, defensor de todo lo que es bueno y correcto?
Quizás él sí podía dudar de él. Su tono había sido desdeñoso. Pero encontró interesante que él no le escupiera el mismo odio que le había lanzado al demonio. Como el compañero de un Alto Señor, debería despreciar a Hyun Joong por encima de a los demás. Que no lo hiciera… definitivamente engañado.
—¿Bien?
—Sí, soy de los cielos, aunque probablemente no soy el tipo de ángel con el que estas familiarizado. —Extendió las alas. Copos de nieve continuaban cayendo de él. Las plumas eran, una vez más, iridiscentes, el dorado entrelazado entre cada una de ellas resplandecía. Frunció el ceño al darse cuenta de que el oro estaba más extendido que nunca.
Miles de años habían pasado, y las alas nunca le habían cambiado de color, puesto que tal cambio usualmente indicada un ascenso en el estatus laboral. Para aquellos bajo las órdenes de la Deidad, sólo los Siete de la Élite estaban bendecidos con alas de sólido oro. Los portadores de alegría se caracterizaban por tener alas de sólido blanco. Los guerreros como Hyun Joong poseían el blanco con meros retazos de oro. Pero lo que tenía ahora era más que un trazo.
Tenía que haber alguna otra explicación. Por más que había deseado que fuera de otra manera, su Deidad no le había dicho nada acerca de un ascenso al nivel de la Élite. De todos modos, apenas estaba en posición de ser considerado para un ascenso, cuando estaba luchando tan incondicionalmente por conservar el título que poseía.
—¿Hay más de una raza? —preguntó él después de inspeccionarlo—. Olvídalo. No te tomes esto mal, pero… No eres un hombre atractivo. Y no estoy hablando acerca de tu atractivo sexual.
—No, no soy agradable. —Los humanos a menudo se imaginaban a los ángeles como suaves y adorables seres que retozaban bajo la luz del sol, que hacían que las rosas florecieran y pintaban arco iris en el cielo.
—¿Qué puedo hacer por ti, Señor Malo?
No debió haber permitido que su curiosidad pudiera más que él. No debió haber abierto esta línea de conversación.
Eso se terminaba ahora.
—Suficiente, humano. Has recogido más problemas de los que actualmente puedes cargar. Te sugiero que no busques más.
—Bueno, ¿qué te parece? —dijo con una risa carente de diversión. La punta rosada de su lengua se deslizó por sus labios—. Los doctores finalmente tuvieron razón en algo. Estoy alucinando. Sólo en mi mente un ángel podría tratar a alguien tan mal.
—No te he tratado mal y no estás alucinando.
—Las drogas están afectando mi cerebro —insistió.
—No lo están.
—Pero tú no puedes ser un ángel. Sólo el mal viene aquí.
—Incorrecto de nuevo —al menos por hoy.
—Yo… yo… Vale. Puedo lidiar con esto. Quiero decir, ¿por qué no? Vamos a decir que tú eres de hecho un…
—Lo soy.
—... y que eres uno de los chicos buenos, ya que no estás aquí para matarme.
¿Estás aquí para… liberarme?
Había hecho la pregunta con una vacilación tan dulce que supo que él no se atrevía a esperar que lo rescatara, aun cuando cada gramo de su ser quería creer en una liberación inminente.
Quizás otro hombre se hubiera conmovido por su situación, pero no Hyun Joong. Él había visto el sufrimiento en todas sus formas. Había causado el sufrimiento en todas sus formas. Había visto a sus amigos, inmortales que deberían haber vivido para siempre, morir.
Había visto a su hermano gemelo morir.
Siwon, su gemelo, su único tesoro, ahora descansaba en una urna sobre su mesita de noche. Había sido idéntico a Hyun Joong en apariencia, con el mismo cabello negro y ojos verdes, el mismo rostro esculpido y fuerte cuerpo. Sin embargo, emocionalmente, habían sido completamente opuestos. Aunque sólo minutos más joven, Siwon había parecido años más joven. Tan inocente y dulce, tan amable y generoso, amado por todos.
«No puedo soportar ver a los humanos llorar, Hyun Joong. Debemos ayudarlos. De alguna forma, de alguna manera».
«Ese no es nuestro propósito, hermano. Somos guerreros, no portadores de alegría».
«¿Por qué no podemos ser ambos?» Las manos de Hyun se apretaron en puños.
Debes dejar de pensar en él.
Cavilar sobre lo que había pasado, no cambiaría un solo detalle. Era lo que era.
Hermoso y feo. Maravilloso y terrible.
Forzó a la mente a concentrarse en la grave situación del humano, pero decidió no responder la pregunta sobre su liberación.
—¿Sabes el nombre del demonio que te marcó?
Decepción mezclada con amarga aceptación destelló en sus ojos.
—Quizá eres real —dijo—. Requeriría un lado oscuro que yo no tengo para crear a alguien como tú.
—Se te olvidó decir “sin ofender” antes de esa afirmación.
—No, no lo hice. Pretendía ofender.
Atrevido el pequeño humano, ¿no?
—¿Debo repetir mi pregunta? —inquirió, en caso de que él no lo hubiese oído la primera vez.
—No, la recuerdo. Quieres saber si conozco el nombre del… —sus ojos se ampliaron, la decepción y la aceptación convirtiéndose en conmoción. Susurró—: Demonio —la revelación parecía haberlo afectado mucho más potentemente que cuando él había descubierto sus orígenes—. ¿Cómo un demonio que pertenece al infierno?
—Sí.
—¿Un ser vil que cuyo único propósito es arruinar vidas humanas?
—Sí.
—¿Una horrible criatura sin un gramo de luz, solo oscuridad y maldad?
—Exactamente.
—Debería haberlo sabido —respiró hondo—. Demonios. Todo este tiempo he estado combatiendo demonios y nunca me di cuenta —el alivio se unió a la conmoción, ambos goteando de sus palabras—. No estoy loco y no estamos solos. Se lo dije, pero las únicas dos personas que alguna vez me creyeron fueron el esquizofrénico abducido por extraterrestres y su amigo invisible. ¡Se lo dije!
—Humano, me responderás ahora.
—Se lo dije —continuó alegremente—. Simplemente no tenía ni idea de que estaba luchando contra demonios. Sin embargo, debería haberlo supuesto, pero me encasqueté con la idea de vampiros y monstruos mitológicos, y luego alucinaciones, por eso yo…
—¡Humano!
No le levantes la voz.
No habría ninguna forma de explicarle a la Deidad que no había querido asustarlo a muerte.
Él negó con la cabeza, alejándose de sus pensamientos claramente arremolinados con la misma determinación que él había usado. Dicho sea en su honor, parecía muy lejos de sentirse intimidado por él.
—No puedo responderte porque no tengo la menor idea de lo que estás hablando. ¿Un demonio me marcó? ¿Cómo? ¿Por qué?
Confusión genuina. Sabía que lo era, puesto que las mentiras que otros decían siempre le dejaban un gusto amargo en la lengua, y en ese momento lo único que saboreaba era… ¿la dulzura de su aroma? Una sutil insinuación de rosas y bergamota que desprendía su piel, esa suave extensión de bronceada crema.
Que hubiese notado un detalle tan carente de importancia lo irritó.
—¿No recuerdas haber aceptado emparejarte con un demonio, ya fuera por las buenas o por las malas? —preguntó.
—¡Jamás! —La larga longitud de sus negras pestañas se fusionó, juntándose, su mirada clavándose en él—. Y ahora es mi turno de obtener una respuesta. ¿Estás aquí para salvarme o no?
Si él era lo suficientemente fuerte para insistir en obtener una respuesta, cuando ya había adivinado la verdad, entonces era lo suficientemente fuerte para oír esa respuesta.
—No, no lo estoy.
Pero le hubiese gustado permanecer con él el tiempo suficiente para resolver el misterio de su marca. ¿Cuándo había sucedido? ¿Quién lo había hecho? ¿Cómo había sido engañado?
Los detalles no importan. El resultado final sí.
Él soltó una risa estrangulada, tan amarga como su anterior aceptación.
—Por supuesto que no estás aquí para salvarme. ¿Por qué debería haber esperado alguna vez lo contrario?
Las bisagras chirriaron al tiempo que la puerta de acero era abierta bruscamente. Hyun Joong se escudó de miradas indiscretas, y el humano se tensó. Un guardia que blandía un bastón, se hizo a un lado para permitir que un macho humano entrara en la habitación dando grandes zancadas, con una gruesa carpeta en la mano. Era de estatura media para un humano, le faltaba algo de pelo y llevaba una falsa expresión de simpatía en el rostro. Una bata blanca envolvía su delgada complexión, el material teñido por pequeñas manchas de sangre seca.
—Él ofrecerá resistencia —dijo el hombre—, pero está atado y no puede hacerme daño. No prestes atención a lo que escuches. Además, esta sesión terapéutica tomará un poco de tiempo, así que no regreses hasta que te lo indique.
El hombre le lanzó al hombre una mirada de simpatía, pero al final, asintió.
—Lo que tú digas, Doc —cerró la puerta, encerrando al recién llegado en el interior.
Hyun se dijo que debería irse. Ni siquiera los portadores de alegría, que eran los más activamente involucrados con humanos, tenían permitido interferir con el libre albedrío. Además, los aspectos más importantes del misterio de esta noche habían sido resueltos. Los demonios habían venido a por el chico, inexorablemente atraídos por él, deleitándose en herir lo que le pertenecía a otro de su especie.
En cuanto a él, encontraría la libertad sólo en la muerte.
Sí, realmente debería irme.
Y sin embargo, se encontró a sí mismo demorándose en partir. Miedo y repugnancia emanaban ahora de él… creando la… seguramente no. Pero sí, era imposible negar su presencia. Creando la más pequeña de las fisuras en el hielo y en la oscuridad que vivían dentro del pecho. Creando un destello de… ¿culpa?
No entendía. ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
¿Por qué él?
Instantáneamente, la respuesta se deslizó en su lugar, y aunque quería rehuirla como había hecho antes, no podía. Él le recordaba a Siwon. No en su conducta, estaba demasiado lleno de fuego, sino en sus circunstancias.
Siwon había muerto mientras estaba atado a su cama.
No importa. Debes alejarte.
Las emociones no eran nada más que un desperdicio. Hyun había lamentado la muerte de su hermano durante siglos. Había llorado, se había enfurecido y había buscado su propia muerte, pero nada de lo que había hecho había disminuido la culpa o la vergüenza. Sólo cuando se había separado de todas las emociones había podido encontrar un poco de alivio.
Y ahora…
Ahora, los glaciales cristales con los que cargaba y que caían de las alas probaban ser una bendición, recordándole cuál era su posición… comandante… su deber… defender las leyes celestiales… y su meta… la victoria contra los demonios sin causar ningún daño colateral. El chico no podía importar, ni lo haría.
—Tan predecible, Fitzpervertido—se burló—. Sabía que vendrías a por mí.
—Como si pudiera mantenerme alejado de mi dulce y pequeño niño. Después de todo, tenemos que discutir tu comportamiento de hoy. —Los ojos del hombre se tornaron vidriosos por la lujuria mientras examinaba el esbelto cuerpo de él, deteniéndose en sus muslos e ingle.
La mirada de él revoloteaba entre el humano y Hyun. Sabía que él ya no podía verlo, que simplemente estaba tratando de razonar si estaba o no allí. Y supo el momento en el que él decidió que sí, que aún estaba presente, porque estremecimientos de humillación se apoderaron de él.
—¿Por qué no discutimos tu comportamiento, más bien? —Un matiz de desesperación desmentía su bravuconería—. Se supone que debes ayudar a tus pacientes, no que debas hacerles más daño.
Una sonrisa libidinosa fue la respuesta a sus palabras.
—Lo que hacemos juntos no tiene que doler. Si me haces sentir bien, yo te haré sentir muy bien —él tiró la carpeta al suelo y se quitó la chaqueta—. Lo probaré.
—No hagas esto —sus fosas nasales se ampliaron con la fuerza de su respiración —. Te descubrirán, perderás tu empleo.
—Cielo, ¿cuándo vas a aprender? Es tu palabra contra la mía. —Sacando una jeringa del bolsillo de su pantalón, camino hacia adelante—. Soy un profesional médico altamente respetado. Tú eres un chico que ve monstruos.
—¡Y estoy viendo uno ahora!
Él se rió.
—Te haré cambiar de opinión.
—Te desprecio —dijo, y Hyun observó mientras él recobraba su ingenio una vez más—. ¿No te das cuenta de que esto volverá para atormentarte? Si plantas semillas de destrucción, tendrás que vivir con la cosecha que cultivaste, con espinas y todo.
—Que adorable. Una lección sobre la vida de parte de uno de los reclusos más violentos de la institución. Pero hasta que no llegue el momento de mi recolección…
Él apartó la vista del humano, la apartó de donde Hyun Joong yacía de pie, y se quedó mirando fijamente hacia un lugar lejano. Lágrimas brillaban en esos ojos de otro mundo, antes de que parpadeara para alejarlas. No se rompería esta noche; en realidad, este hombre no lo rompería durante muchos meses o incluso años. Pero él sufriría esta noche. Terriblemente.



CAPÍTULO 3
En el momento en que Hyun Joong salió volando del cuarto, la fisura dentro del pecho se amplió y habría jurado que oyó el agrietamiento del hielo. ¿Iban unas palabras con el doctor a considerarse interferir? se preguntó reduciendo la velocidad. Después, podía volver a su nube, olvidar al hombre y seguir su camino, el que siempre había seguido, solo e indiferente. De la forma que a él le gustaba y la manera en la que probablemente la Deidad prefería.
Muy bien, se decidió.
Hyun Joong regresó a la habitación y se materializó ante el doctor. Un hombre que merecía morir por sus crímenes. Pero no sería él quien le castigara. Se consolaba sabiendo que el doctor cosecharía un día todo el mal que había sembrado. Siempre lo hacían.
Antes de que el hombre pudiera asustarse, le miró fijamente a los ojos y dijo fríamente:
—Tienes algo mejor que hacer.
El doctor se estremeció y atrapado por la verdad en el tono de Hyun, contestó:
—Sí, tengo algo mejor que hacer.
¿Ves? Hyun no estaba interfiriendo tanto como ayudando al doctor a descubrir... cualquier cosa que él considera mejor que perjudicar a uno de sus pacientes.
—Saldrás de esta sala y no volverás. No recordarás nada de esta noche.
Asintiendo con la cabeza, el hombre giró sobre sus talones y golpeó la puerta.
Hyun se escudó dentro de una burbuja de aire ya que un sorprendido guardia entró en el cuarto y revisó a la muchacha.
—¿Todo hecho doctor Fitzherbert? Creí que dijo que le llevaría un rato.
—Sí, está hecho —fue la respuesta monótona—. Me iré ahora. Tengo algo mejor que hacer.
—Bien.
Una vez más se encontró solo con el muchacho. Salió del escudó.
—Creía que no ibas a salvarme —le susurró, todavía mirando hacia algún sitio fuera de la habitación. ¿Que veían aquellos ojos?
Ojos hermosos, si se preocupara por ese tipo de cosas, lo cual no hacía.
—Preguntaste si había venido a salvarte y no vine por eso. Lo hago por otros motivos.
—Oh —él se aclaró la garganta y tragó saliva—. Bueno, gracias de todos modos. Por alejarlo de mí, quiero decir.
A Hyun le gustó oír gracias de sus labios. Tan rudo como su tono había sido, sospechó que no decía aquellas palabras con mucha frecuencia. ¿Quizás simplemente no había tenido razón para usarlas? ¿Y por qué le dolía el pecho otra vez?
—¿Qué te habría hecho?
Silencio.
—Hacerte daño, entonces —eso, ya lo había adivinado—. ¿Te ha hecho daño antes?
Más silencio.
—Eso es un sí.
Matar a seres humanos no era algo de lo que Hyun Joong disfrutara, pero tampoco era algo que detestará. Podría hacer daño a cualquiera y nunca experimentaría remordimiento. Sin embargo, arrancar el corazón fuera del pecho del doctor le daría una pequeña satisfacción.
—¿Estás bien?
Y aún más silencio.
Estoy siendo deliberadamente ignorado. Nunca antes había sido ignorado. ¡Ni siquiera por sus hombres! Salvajes como eran, le escuchaban, antes de desobedecerle descaradamente. Y su antiguo líder, Lysander, había tomado en cuenta sus palabras. Es más, los únicos seres fuera de su raza que él contaba cómo... ¿qué? Amigos no, pero tampoco como objetivos potenciales para la eliminación, los inmortales poseídos por los demonios conocidos como los Señores del Inframundo, habían luchado a su lado, ganándose su respeto por resistir la maldad de sus demonios con tanta fuerza. Siempre les había observado con fascinación. Los pocos seres humanos que lo habían visto a través de los siglos habían sido completamente hipnotizados.
Que está pequeña cosa insignificante le ignorara tan fácilmente, era desconcertante.
Antes de que pudiera decidir la mejor forma de manejarla, Min caminó a través de la pared del fondo. En el momento en que vio al Humano, la furia se hizo patente en su expresión. Sin embargo, no puso en duda a Hyun Joong, una pequeña bendición.
—Los demonios han sido eliminados, Majestad, y al que ha solicitado, ha sido llevado a su nube. Vivo —su voz goteaba ira.
Lentamente, el Hombre volvió la cabeza, mechones de pelo enmarañado le caían sobre la frente, tapándole los ojos. Apartándose el pelo, estudió a Min.
—Soy muy popular esta noche. ¿También, eres un ángel? —preguntó, su mirada acariciando las alas todavía negras del hombre.
Hyun notó que Min se sorprendió por la pregunta ¿Por qué?
—Sí —Min olió el aire, frunció el ceño y fijó su mirada en Hyun Joong—. ¿Planeas liberarlo?
—No — ¿Por qué pensaría eso?
El ceño fruncido se hizo más profundo.
—Pero por qué… No importa. Si has cambiado de opinión sobre él, lo llevaré conmigo.
¿Cuándo ellos no sabían por qué estaba aquí o qué había hecho?
—No —repitió.
Min se dobló, como si fuera un esclavo humillándose ante su maestro.
—Por supuesto que no, Majestad. Como me atrevo a un deseo tan tonto. ¿Nadie en un lugar como éste merece compasión, verdad?
¿Le obedecerían simplemente sus hombres alguna vez sin dudar?
-¿Fueron los seres humanos dañados durante la batalla? —preguntó. Él muchacho no era el único que pasaría por alto las preguntas.
Con la cabeza en alto, Min contestó con los dientes apretados.
—Uno de los guardias. Una espada de fuego le cortó por la mitad.
Hyun Joong se encontró apretando los puños por segunda vez ese día.
Desobediencia directa de nuevo.
—Una espada de fuego no corta a través de un ser humano por accidente.
Mientras los ángeles operaban en el plano espiritual, sus armas no se podían percibir o sentir por los seres humanos. Por lo tanto, el ángel que había cometido tal acción había entrado deliberadamente en el reino de los mortales.
—El guardia estaba poseído por un demonio y tenía que morir —dijo Min.
—Y sin embargo, seguía siendo humano ¿Quién desobedeció mis órdenes?
Min se pasó la lengua por los dientes.
—Tal vez fui yo.
Acostumbrado a los trucos que podían ser utilizados para eludir el tono de la verdad, Hyun Joong sabía que Min no era el culpable.
—¿Quién? Me lo dirás o mirarás mientras castigo a Kyu y Joon —la verdad, lo haría sin el menor escrúpulo.
Otra pausa, está vez de varios latidos más.
—Nicole.
Nicole, una de las cuatro mujeres en su ejército, pero en la que más había confiado, pues era la única que nunca había desafiado su autoridad. Sin embargo, ahora a causa de ella, iba a recibir otra paliza.
—Tú —dijo el Hombre desde la cama, en voz baja con una sombra de irritación—. El chico nuevo, Chico Ángel, Coronel Rizos o como sea que te llames. Ya no lo estoy pidiendo, así que ahora te lo estoy ordenando. ¡Libérame!
Hyun en realidad tenía que luchar contra el impulso de sonreír. Él sonriendo, que ridículo, pero acababa de llamar a su guerrero por varios nombres insultantes, de la misma manera que a menudo sus guerreros le llamaban por nombres ofensivos a él.
Min se relajó, dejando escapar una sonrisa suave.
—El Coronel Rizos, me gusta eso. Pero mi hermoso humano, me pediste que te salvara no que te liberara.
—Es lo mismo —dijo exasperado.
—Son muy diferentes, te lo aseguro. Pero ¿qué vas a hacer si no obedezco tus órdenes, eh?
—Créeme, no quieres saberlo —dijo muy suavemente.
Hyun frunció los labios, ya no era divertido ¿Era esto coqueteo? Mejor que no lo fuera. Él y Min estaban en una misión.
-¿Por qué el no saberlo me hará desistir? —preguntó Min suavemente.
—Porque es tan horrible, que con solo oírlo te hará vomitar.
Min tosió o cubrió un resoplido. Era difícil de saber.
—¿Oíste eso? —le preguntó a Hyun, hablándole como si ellos fueran amigos, como si estuvieran compartiendo un momento de comprensión—. Él simplemente me ordenó obedecerlo, luego amenazó con hacerme daño si fallaba en obedecer.
—Tengo oídos —contestó secamente—. Lo oí.
¿Pero por qué no había hecho lo mismo con Hyun?
—Y él en realidad cree en tener éxito —siguió Min, desconcertado.
—No tienes que parecer tan impresionado —dijo Hyun, no le gustaba la idea de ninguna manera. Impresionado, Min probablemente desearía al Hombre… y tal vez no se detendría ante nada para tenerlo.
Min frunció el ceño.
—Simplemente tengo curiosidad. Y bien, voy a preguntar algo que no es asunto mío ¿Por qué lo has reclamado si vas a dejarlo aquí?
—No lo he reclamado- Hyun no pudo hablar con la suficiente rapidez.
—Entonces ¿Por qué está tu esencia sobre él?
—No lo he tocado.
—Y sin embargo, su piel tiene tu matiz.
—No es mío.
La esencia era una sustancia que se acumulaba en el interior de sus cuerpos y que a veces se filtraba por los poros de sus manos para convertirse en un polvo fino, lo que les permitía reclamar cualquier objeto que ellos considerarán de su propiedad exclusivamente. Los demonios producen una sustancia similar, solo que la de ellos estaba contaminada.
La atención de Hyun se dirigió al Humano.
—Nunca he reclamado a un humano —nunca había tenido el deseo de hacerlo—.
No está brillando.
No vio nada fuera de lo común sobre su piel.
Él le miró de forma descarada y él estuvo cerca de moverse sobre los pies. Él.
Moverse. ¡Inconcebible!
—Te lo prometo —dijo Min—. El brillo es bastante tenue pero está ahí, es una advertencia clara a los otros hombres de no tocar lo que te pertenece.
¿A él? Imposible.
—Te equivocas, eso es todo.
—Arhg —interrumpió el Hombre—. Ya he terminado de escucharos parlotear sin sentido. ¡El Equipo Alado es una mierda! Solo tenéis que olvidar que estoy aquí. Oh, espera, ya lo habéis hecho. Así que aquí tenéis una idea… marchaos.
Tenía más temple de lo que incluso Hyun se había dado cuenta, y estaba tratando de no quedar impresionado o incluso confundido.
—Vete —le dijo a su guerrero—. Quiero que tú y los otros, incluida Nicole, esperen en mi nube. No, espera, tú no. Ve y encuentra todos los detalles que puedas sobre esta humano.
Necesitaba aprender más de él, era mejor prestar atención ahora que lamentar después.
—Lo que tú digas, glorioso líder.
Min salió de la habitación. Justo antes de desvanecerse, el Humano le echó una última mirada, haciendo que las manos se le apretaran en puños. ¿Cuántas veces había hecho esta acción en un solo día, cuando antes había estado años sin hacerlo ni una vez?
—Si quieres saber sobre mí, solo tienes que preguntarme —le espetó en el momento en que él se quedó a solas con Hyun.
— ¿Y darte la posibilidad de mentirme?
El dolor se mostró sobre sus rasgos, pero sólo durante un segundo. El orgullo tomó su lugar y se mantuvo.
—Tienes razón. Soy un maldito mentiroso, y tú eres el Señor Verdad. ¿Entonces por qué estás aquí, Señor Verdad? Está muy claro el hecho de que no se trata de salvarme o liberarme.
No había ninguna razón para no decirle la verdad.
—Me dijeron que tenía que destruir a la horda de demonios que trataban de quedarse dentro del edificio.
Él mostró pánico.
—¿Una horda de demonios? ¿Como un ejército?
—Sí, pero ya no son una amenaza. Mis guerreros les vencieron.
Poco a poco él exhaló.
—¿Me querían a mi verdad?
—Sí.
Otro latido de pánico antes de que se apoyara en la cama.
—Pero, ¿por qué yo?
Él no tenía ni idea de lo que había hecho. Ninguna en absoluto. No recordaba haber sido engañado o seducido por un demonio ¿Cómo habría logrado el demonio marcarlo?
—¿Y bien? —exigió.
Haciendo caso omiso de él, Hyun cogió la carpeta que el médico había dejado caer y que aún yacía en el suelo y hojeó sus páginas
Él golpeó su cabeza contra su almohada una vez, dos veces.
—Está bien, pretende que no estoy aquí hablando. Estoy acostumbrado. Pero por favor, glorioso líder, permíteme ahorrarte la molestia de investigar mis pequeños detalles, ya que incluso un mentiroso como yo no tendría ninguna necesidad de falsificarlos —sin una pausa para que le respondiera, añadió—: Para empezar, mi nombre en Heo Young Saeng.
Verdad. Confirmada en las notas. Young Saeng, en latín Siempre vivo o Vida eterna.
—Me llamo Hyun Joong —no es que eso importara.
—Bien, Hyunnie, yo…
—Glorioso líder —dijo precipitadamente—. Tienes que llamarme Glorioso líder.
—De ninguna jodida manera te llamaré así —dijo, a pesar del hecho que ya lo había hecho—, ya bastante sobrevaloras tu opinión sobre ti mismo. Estoy aquí porque mate a mis padres o al menos, eso me han dicho.
Lo miró y vio como otro temblor lo sacudía. Quizás debería buscarle una manta.
¿Traerle una manta? ¿Es serio?, él frunció el ceño. Su comodidad no era de su incumbencia
—¿Así que te lo dijeron? ¿No lo recuerdas? —preguntó.
—Oh, lo recuerdo —la amargura había vuelto a su voz, sonando más espesa debido a ello—. Vi a una criatura... a un demonio hacerlo, traté de detenerlo, traté de salvarlos, y cuando les dije a las autoridades lo que había sucedido, me consideraron un criminal loco y me encerraron aquí para el resto de mi vida.
Una vez más, sabía que decía la verdad. No solo porque los detalles que él mencionaba estaban escritos, garabateados y repetidos a lo largo de las páginas de su carpeta -aunque ninguno de los doctores le hubiera creído-, sino porque saboreó la rosa y la bergamota, ambos sabores frágiles y delicados, que le gustaban. Extraño. Nunca antes le habían importado los olores y sabores, eran lo que eran y no tenía ninguna preferencia.
—¿Por qué estos demonios me vigilan? —preguntó otra vez—. ¿Por qué? Y para que lo sepas, decírmelo es el único modo de que deje de molestarte.
—Eso no es exactamente cierto, me podría marchar y ya no podrías fastidiarme. —En lugar de ignorarlo una vez más, decidió que no había ninguna razón para no decírselo tampoco. Su reacción le interesaba.
Fuegos del infierno, algo debía de estar mal con él. Nada le interesaba.
—En algún momento antes de que tus padres fueran asesinados —declaró él—.
Invitaste a un demonio a tu vida.
—No, de ninguna manera —sacudía violentamente la cabeza, haciendo que se enredaran los mechones negro azulados de sus cabellos—. Nunca invitaría a una de esas cosas a cualquier lugar. Excepto, tal vez, a una fiesta en una casa en llamas.
¿Cómo podía él dudar de algo de lo que él había dicho, con el tono de verdad tan fuerte en la modulación? Sí, había seres humanos que poseían dudas muy poderosas por aquel toque, pero Saeng no encajaba en ese tipo.
—Los seres humanos no se dan cuenta de lo sencillo que es dar la bienvenida a los demonios. Palabras negativas, cosas detestables que haces. Decir una mentira, pensar con odio, recrearte con el impulso de cometer actos violentos, pueden hacer que toques la campana de su cena.
—No me importa lo que dices. Nunca le di la bienvenida a un demonio.
¿Cómo podía hacérselo entender?
—Los demonios son el equivalente a un mensajero espiritual, tus palabras y acciones pueden ser consideradas una petición para un paquete. En otras palabras, una maldición. Ellos vienen a tu puerta y golpean. Es tu opción si abres o no la puerta y aceptas. Tú lo hiciste.
—No —insistió.
—¿Alguna vez jugaste a la guija? —preguntó, tratando de alcanzar el centro de su obstinación desde un ángulo diferente.
—No.
—¿Visitaste a un psíquico?
—No.
—¿Lanzaste un hechizo? ¿Cualquier hechizo?
—No, ¿de acuerdo? ¡No!
—¿Mentir, hacer trampa o robar a algún vecino? ¿Odiar a alguien? ¿Algo que temer? ¿Nada?
El siguiente temblor que se deslizó por todo su cuerpo, resultó ser más fuerte que los demás, cerrando su mandíbula, haciéndole callar y agitando la cama. En el momento en que se calmó, su ira se había desvanecido y él irradiaba desolación, que de alguna manera le amplió la insignificante fisura en el pecho.
—Ya he terminado de hablar contigo —le dijo en voz baja.
Eso significaba que sí, que él los había tenido. Había visto la prueba del odio y el miedo.
—Pero yo no he terminado contigo. Espiritualmente, todas las cosas que he mencionado pueden conceder tu permiso para que el enemigo te ataque.
—Pero, ¿cómo puede dejar una persona de sentir miedo?
—No es lo que sientes lo que verdaderamente importa, sino lo que dices y la forma en la que actúas mientras lo sientes.
Pasó un momento, mientras él absorbía sus palabras. En el último momento suspiró.
—Está bien, mira. Estoy cansado y tuviste la amabilidad de garantizar que Fitzpervertido no volviera. Esta será la única oportunidad que tenga de descansar sin alguien moviéndose furtivamente sobre mí. ¿Podrías irte ya?
«Si no puedes hacer lo que necesito, entonces déjame aquí. Odio que me veas así.
Vete, por favor, por una vez, escúchame y obedece. ¡Vete!» Él apretó los dientes. No pensaría más en su hermano.
—Me iré —le dijo—. ¿Pero tú? ¿Qué vas a hacer?
—Lo mismo de siempre —su tono era tan impávido como el suyo y no estaba seguro de que eso le gustará. Prefería su temple—. Voy a sobrevivir.
Pero ¿por cuánto tiempo?
Hyun estuvo debatiéndose durante varios minutos qué hacer con él, y se tambaleó sobre el hecho de que el debate no era necesario. Si se lo llevaba, él causaría problemas. De eso, no había duda. Él había interferido en la vida de un humano, muchas vidas humanas y seguramente sería castigado. Ahora mismo, tenía un castigo asegurado, Nicole. Pero si dejaba ahora a Saeng, él tarde o temprano se rompería.
La idea de él llorando y pidiendo como su hermano le perturbaba.
Podría visitarlo una vez por semana, supuso. Comprobarlo, cuidarlo. Al menos que fuera convocado para la batalla, por supuesto, o herido. Y mientras tanto, ¿qué pasaría con él?
Un argumento en contra despertó a la vida. Si lo ayudaba, no estaría interfiriendo, no realmente.
Lo protegería por completo, y era por lo que él estaba aquí, después de todo. Esto es lo que su Deidad quería que hiciera: Protege a los seres humanos a cualquier coste.
Hyun sería recompensado, no reprendido. Sin duda.
Bueno, entonces, decisión tomada.
Cuando cerró la distancia entre ellos... distinguió el resplandor que Min había mencionado. Una luz tenue y apacible del mismo matiz que los ojos de Hyun, rezumaba de él, deslizándose por él, bañándolo con un sutil resplandor.
Pero... él no lo había tocado. Ni una sola vez.
—¿Has estado en contacto con otro ángel? —le preguntó, aunque no existían dos ángeles que produjeran el mismo matiz de esencia. Y un demonio no podría haberlo hecho. No había forma de que la personificación del mal hubiera producido aquel magnifico color.
—No.
Verdad. Tendría que haber una explicación. Tal vez... tal vez el resplandor era suyo propio, natural. El que no hubiera oído hablar de tal cosa, no significaba que fuera imposible.
—¿Qué piensas hacer conmigo? —le sostuvo la mirada y le sorprendió con la ferocidad que demostraba, desafiándole a hacer... algo.
—Vamos a descubrirlo juntos —extendió la mano, con la intención de soltar una de las abrazaderas y él se estremeció.
—¡No lo hagas! —dijo.
Y la realidad le golpeó. Habían abusado de él y esperaba el mismo trato de él.
Prometerle que no lo dañaría era de alguna manera una mentira y no podía hacerlo. Los humanos eran seres sensibles, sus sentimientos y cuerpos fáciles de herir. Los accidentes pasaban. Era imposible decir que se encontraría segura en la relación entre ellos.
¿Sólo cuánto planeas estar con él?
—Ahora mismo, sólo planeo liberarte y escoltarle fuera de este lugar —dijo—.
¿De acuerdo?
La esperanza parpadeó en esos ojos cristalinos.
—Pero tú dijiste… —Cambié de opinión.
—¿En serio?
—En serio
—Gracias —se apresuró él—. Gracias, gracias, mil veces gracias. No te arrepentirás de esto, te lo prometo. No soy un peligro para nadie, solo quiere ir algún lugar y ser yo mismo. No voy a causar ningún problema. ¡Lo prometo! Y en serio ¡Gracias!
Desabrochó la banda primero, entonces se dirigió al otro lado y repitió el proceso con el resto. Lagrimas llenaron sus ojos mientras apretaba las manos sobre su pecho y se frotaba las muñecas. No de dolor, creía, pero sí de alegría.
—¿A dónde me escoltaras?
—A mi nube, donde estarás a salvo de los demonios.
Sacudió su cabeza, como si no estuviera segura de haberlo oído correctamente.
—¿Tu nube? ¿Cómo una nueve en el cielo?
—Sí, puedes bañarte, cambiarte de ropa, comer. Todo lo que quieras. —Y luego… no tenía ni idea.
—Pero... —eso suena de locos—, me quiero quedar en tierra firme, donde sé que no me hundiré a través de la niebla ni caeré tropecientos mil metros solo para estampanarme.
Él aflojó una banda del tobillo.
—Si tuviera que llevarte a cualquier lugar en la tierra, serías perseguido por tu propia gente… por no hablar de los demonios. Estarás a salvo en mi nube, te lo prometo. —Aflojó la otra banda.
En el momento en que él estuvo libre, se irguió, lanzó sus piernas sobre la cama y se levantó. A pesar de que se balanceó, logró permanecer sobre sus pies.
—Simplemente sácame del edificio y podemos tomar caminos separados.
Tendrás tu buena obra y yo permaneceré oculto para siempre.
Se negaba a obedecer cuando finalmente había decidido ayudarlo. ¿Estaba tratando de enredarlo?
—No puedo liberarte sin supervisión, ya que sería el culpable de cualquier problema que causaras.
—No voy a....
—Lo intentarás, pero créeme, lo harás.
—¡Solo dame una oportunidad!
Eso es lo que estaba intentando hacer.
—Tienes dos opciones Saeng. Quedarte aquí o ir a mi nube. Nada más será considerado.
Con su barbilla levantada, era la imagen misma de la terquedad.
—¿Puedo quedarme con el otro ángel, entonces? El rubio.
—¿Min? ¿Por qué? —le preguntó.
—No te lo tomes a mal, pero me gusta más él de lo que me gustas tú.
¿Había alguna manera agradable de tomar esa declaración?
La honestidad debía de ser elogiada y sin embargo Hyun combatió la inexplicable y repentina necesidad de sacudirlo.
—No puedes saber quién te gusta más, solo pasaste unos segundos en su compañía.
—A veces, solo bastan unos segundos.
La fisura en el pecho se ensanchó. No había culpa en esta ocasión, pero si una inmensa... ¿Ira? Ah, sí. Ira. Hyun fue el que impidió que el médico lo violara.
Hyun lo había liberado, debería gustarle más.
—Soy un guerrero tan fiero como él, más feroz, incluso.
Un temblor lo sacudió.
Tal reacción…
—Tal vez no quieres a alguien feroz —dijo, más para sí mismo que para él. Tal vez, lo que anhelaba era lo que no había encontrado en este lugar. Bondad.
—Mira, Maravilla Alada. Sácame de aquí, y entonces vamos a negociar los detalles acerca de donde me quedo. ¿Vale?
—Maravilla Alada —dijo, asintiendo con la cabeza—. Me gusta. Es adecuado.
—Capitán Modestia te pega mejor —murmuró.
—No estoy de acuerdo. Maravilla Alada es claramente la mejor opción para un hombre como yo, y vamos a discutir los detalles ahora. —Apenas podía creer que estuviera teniendo una conversación como está—. No voy a tenerte causando problemas más adelante solo porque hubo un malentendido entre nosotros. Ya tengo bastante de eso con que lidiar. —Su mirada lo inmovilizó en el lugar—. Dime por qué quieres quedarte con Min.
Él tragó saliva, pero le contesto.
—Me siento más seguro con él, eso es todo. Y, además, no cae nieve de sus alas.
¿Por qué cae de las tuyas?
—La respuesta no es de tu incumbencia. En cuanto a tu seguridad, ya te he prometido que estarás a salvo en mi nube, por lo tanto, el cumplimiento y los detalles se han negociado. Te quedarás conmigo. Ven, no perdamos más tiempo con discusiones.
Él no podía volar, no podía destellar de un lugar a otro con solo un pensamiento, lo que significaba que tendría que tocarlo. Le disgustaría cada segundo del contacto, estaba seguro, pero lo aguantaría. Le tendió la mano e hizo un gesto con los dedos
—Última oportunidad. ¿Te quedas o vienes?
Pronto estaré libre de este infiero, pensó Saeng, queriendo reírse y llorar al mismo tiempo. Quiso bailar de alivio y luego esconderse debajo de las sábanas con pánico. Escaparía… finalmente... pero, ¿sería él el cielo que él había ansiado u otra versión del infierno?
¿Importaba eso? Serás libre de Fitzpervertido, libre de esta jaula, libre de las drogas y de los otros pacientes y enfermeros... libre de los demonios.
Durante todo este tiempo, había estado luchando contra los seres malignos del infierno. Ninguno de sus padres había creído en la vida después de la muerte. Le habían educado para ser escéptico también. Bien, ellos se habían equivocado, él se había equivocado y ahora tenía mucho que aprender.
Saeng —llamó Hyun, una vez más con un gesto de los dedos. Este hombre podría enseñarle, pensó. Este hombre celestial que parecía tan diabólico, como un sueño oscuro, seductor, destinado a atraer a Hombres o mujeres directamente a las tentaciones nocturnas.
Peligroso… Sí, este hombre es peligroso.
Las palabras fueron un susurro suave y erótico contra la carne. Un susurro que había oído y sentido desde el momento en que había entrado en la habitación.
De todos modos contestó:
—Yo… elijo ir. —Estar con él más de lo necesario era otra historia, pese a todo, le recordaba a un príncipe oscuro de un cuento de hadas con el que él había soñado hacía mucho tiempo, la noche antes de su cumpleaños, pero este hombre no era encantador.
Temblando, rodeo con los dedos los de él. En el momento del contacto, él contuvo el aliento, como si de alguna manera le hubiera quemado y él casi se apartó.
Espera.
Hyun se llamó a sí mimo ángel, pero no tenía ni idea de lo que eso significaba o lo que implicaba más allá de lo “bueno y justo”. Peor aún, no tenía ni idea de a dónde lo llevaría -¿A su nube? ¿En serio?- o lo que pensaba hacer con él cuando llegaran.
—¿Estás bien?
—Yo… necesito un momento para ajustarme —le dijo con tensión en la voz.
Bien, porque él también necesitaba un momento.
–Bien, tomate el tiempo que quieras, Capitán Modestia.
—Soy Maravilla Alada, y lo haré. No te muevas.
—Uh, ningún problema. —Tan frío como ya estaba, se congelaría. Y pronto los temblores lo recorrerían.
No le dio ninguna respuesta. Solamente lo miró con los ojos entrecerrados, como si lo culpara de algo catastrófico.
¿Podría confiar en él? Tal vez si, tal vez no, pero quería ser libre y él podía darle eso. Y sí, también quería estar solo, confiar solo en sí mismo. Algún día lo haría. Pero ahora, con escapar sería suficiente.
Si él trataba de hacerle daño al llegar a… donde quiera que lo llevara, lucharía del modo en que lo hacía siempre –sucio-, ángel o no.
—Es el contacto —dijo Hyun. Frunció el ceño, curvando sus labios, sin duda una expresión que no pudo controlar. Ni una sola vez le había visto sonreír.
¿Había algo que le divirtiera, o incluso lo agitara?
—¿Y qué? —se obligó a preguntar.
—Esperaba que ciertas sensaciones se desvanecieran, pero aún no lo hacen. —Le apretaba la mano, como si intuyera que él quería alejarse. Tiró de él más cerca, hasta que el cuerpo estuvo casi contra el suyo—. Esto no es lo que me imaginaba.
Mientras su brazo libre le rodeaba la cintura, lo miró detenidamente con esos ojos color esmeralda. Según su mes de nacimiento, era su piedra preciosa, una vez su piedra favorita, pero en su cumpleaños se convirtió en sinónimo de muerte y destrucción. Decidió que las esmeraldas apestaban.
Pero no podía negar que sus ojos eran preciosos. Largas y gruesas pestañas que enmarcaban esos iris del tono de las joyas y carentes de cualquier atisbo de emoción que suavizaran esos rasgos extremadamente crueles de “tal vez solo te haré gritar un poco antes de que te mate”.
Tenía el pelo sedoso y le recordaba a una noche sin estrellas. Y oh, ¿cuánto tiempo hacía desde que había mirado al cielo? Su frente no era ni demasiado larga ni demasiado ancha, los pómulos parecían como si hubieran sido cincelados por un maestro escultor. Sus labios tan exuberantes y rojos, que un Hombre necesitaba una sola mirada para fantasear durante el resto de la eternidad con ellos.
Si sólo hubiera sido pequeño. Pero no. Era alto, más de un metro ochenta, con amplios hombros y la masa muscular más magnífica que alguna vez había visto. ¿Y sus alas? Asombrosas. Se arqueaban sobre sus hombros y caían en cascada hasta el suelo. Las plumas del más puro blanco, brillando con la esencia del arco iris, con gruesos filamentos dorados formando un modelo hipnótico.
El otro tipo, el rubio, había sido visualmente delicioso también, pero a pesar del destello depravado en sus ojos azul celeste, él había pensado que podría manejarlo.
Al menos mejor de lo que podría manejar a éste.
Demasiado tarde para eso. Y tal vez era lo mejor. Estaba lleno de tanto odio, ira, desesperación e impotencia, cada uno, al parecer, un afrodisíaco para los demonios, Hyun era un cambio refrescante.
—Entonces, uh… ¿qué imaginabas? —preguntó finalmente.
—Nada que vaya a decirte. Ahora, pon tus brazos alrededor de mi cuello —le ordenó Hyun, su voz áspera con la expectación.
¿Alguna vez alguien le habría dicho no? se preguntó cuándo unió los dedos en su nuca.
—Bien, ahora cierra tus ojos.
—¿Cómo?
—Tú y tus preguntas —suspiró—. Tengo la intención de llevarte a través de las paredes y dentro del cielo. Podría desconcertarte.
—Voy a estar bien. —Cerrar los ojos le haría mucho más vulnerable de lo que ya era.
Si quedó impresionado por su valentía, no lo demostró. Con los labios fruncidos, sus alas se desplegaron y se deslizaron arriba y abajo, lento y fácil. Fascinante. —Además —añadió él—. No quiero mirarte a los ojos y ver la corrupción del demonio.
¿Tenía los ojos de un demonio? ¿Es por eso que sus iris se habían vuelto azules?
—Pero no soy un demonio —exclamó—. Simplemente no puedo serlo.
—No eres un demonio, estas corrompido por uno como ya te he dicho.
Gradualmente él se calmó, a pesar de que su tono gritaba: “Si me hubieras escuchado, te habrías dado cuenta antes”.
—¿Cual es la diferencia?
—La gente puede ser influida, reclamada o poseída por un demonio, pero no pueden convertirse en uno. Tú has sido reclamado.
—¿Por quién? —¿El que había matado a sus padres? Si era así, ahora… ¿qué?
¿Qué podría hacer realmente?
—No lo sé.
Si él no lo sabía, no habría esperanza para él.
—Bueno, no me importa si encuentras repelentes mis ojos —no le gustaba el hecho de que una parte de él pareciera demoníaca—. Podrás hacerle frente.
Varios segundos pasaron en silencio. Entonces, él cabeceó y dijo:
—Muy bien. Sólo te tienes a ti mismo para culparte.
Una extraña sensación lo recorrió, la temperatura de la sangre le bajó un grado y se le formó hielo sobre la piel. Las baldosas bajo él desaparecieron. De repente, estaba en el aire, viendo habitación tras habitación pasar delante de él, entonces la azotea del edificio, el cielo, la luz dispersándose en todas las direcciones.
¡Oh, madre mía! Lágrimas de alegría le inundaron los ojos. Había sido liberado de lo que parecía ser una vida de tortura sin fin. Era verdaderamente libre. Y por primera vez en años, tenía algo que esperar en lugar de temer. Una alegría como nunca había sentido lo inundó, lo consumió. Esto... esto... era demasiado.
El esplendor de la noche la abrumaba, y las lágrimas le cayeron por las mejillas. Los perfumes más increíbles inundaban el aire. Las flores silvestres y la menta, el rocío y la hierba recién cortada. La leche y miel, chocolate y canela. El sutil toque de humo, girando en una suave brisa.
—Se me había olvidado —susurró él, el pelo le azotaba contra las mejillas. Pero incluso eso fue una delicia. Era libre, por fin era libre.
—¿Has olvidado el qué? —preguntó Hyun, y había algo extraño en su voz. Tal vez el primer indicio de emoción.
—Lo hermoso que es el mundo. —Un mundo que sus padres habían dejado demasiado pronto. Un mundo del cual nunca más volverían a disfrutar.
La tristeza cortó a través de la alegría.
Él había pasado de victima indefensa a sospechoso de asesinato y presa atormentado. Demasiado rápido para llorar por la muerte de sus padres. No podía menos que preguntarse como ellos habrían reaccionado en este momento. Sin lugar a dudas, Hyun habría asombrado a ambos. No solamente debido a lo que era, sino porque habían sido una pareja emocional, volátil y habrían luchado tan apasionadamente como habían amado. No habrían sabido que hacer con su frialdad, pero esto... esto lo habrían acogido con satisfacción. Un vuelo a través de las brillantes estrellas, el aire para respirar que goteaba con la libertad mientras se deslizaba hacia un futuro que se iluminaba de esperanza.
Olvídate de la tristeza. Se ocuparía de eso más tarde. Ahora, simplemente iba a disfrutar. Por primera vez en cuatro años, Saeng echó la cabeza atrás y se rió.



Hyun liberó al chico en el momento en que fue capaz, depositándolo en el centro del vacío cuarto y se alejó de su atractivo calor, del dulzor de su olor y la suave caricia de su pelo contra la piel. Le había gustado tocarlo. No debería haberle gustado a ningún nivel, no importa cuántas charlas se hubiera dado, únicamente se había intensificado.
Durante el vuelo, los cambios en la expresión de su cara le habían encantado. Lo había observado ir del éxtasis a la pena, para luego regresar al éxtasis de nuevo. Él, que hacía mucho tiempo había combatido las emociones de manera que ya no las experimentaba, realmente había sentido envidia por la suerte de poder revelar todo aquello que él pensaba y sentía.
Se veía tan desinhibido, atrapado completamente por el momento. Y cuando se había reído… ah, dulce cielo. Su voz se había elevado sobre él, envolviéndole, abrazándole.
Le había intrigado, le había dejado perplejo, le había traspasado, y se había maravillado por los cambios que él había sufrido, pero era demasiado orgulloso para preguntar.
Estaba vinculado a un demonio, su enemigo. No por elección, no, pero vinculado al fin y al cabo.
También era humano y por lo tanto; sus emociones no debían importarle a él.
No lo debería haber traído aquí. No debería haber aceptado el placer de tenerlo entre los brazos.
No lo debería estar mirando ahora, preguntándose si el placer que había encontrado en el cielo a medianoche se extendería también a su casa. No debería querer su placer.
—¿Por qué te ríes? —preguntó. Tanto por orgullo. Como por saber la razón.
—Soy libre, soy libre, soy finalmente libre —contestó, dando un giro.
La longitud de su pelo cayó volando alrededor de él, acariciándole la cara. Apenas contuvo el impulso de agarrar las finas hebras y frotarlas entre los dedos, sólo para recordar cuán suaves podrían ser.
Su cabeza se inclinó a un lado mientras lo miraba.
—¿Qué?
—¿Qué quieres decir con, qué?
—Me miras con el ceño fruncido.
—Miro a todo el mundo con el ceño fruncido.
—Bueno es saberlo. Así que esta es tu nube, ¿uhm? —Sus cejas se juntaron por la confusión. Estudió las paredes que no eran más sustanciales que la niebla. El suelo era tan grueso como la niebla de la mañana, se agarraba a sus tobillos de manera débil.
—Esta es mi casa, sí.
—Tengo que decir, que eso es exactamente lo que acabo de decir.
¿Había escarnio en su tono de voz?
—¿Qué quieres decir? —preguntó, tratando de no revelar lo insultado que se sentía. ¿Otra reacción, ahora? ¿Cuándo ellos ni siquiera se tocaban? ¿En serio?
—Niebla, niebla y más niebla. Me sorprende que los cimientos sean sólidos.
—El recinto entero es sólido.
Él extendió el brazo hacia un lateral. El temor consumió sus rasgos cuando sus dedos desaparecieron dentro de la niebla.
—… sólido pero sin serlo. Fascinante.
Tú eres fascinante.
No. ¡No! Él no lo era.
Había tenido mujeres aquí antes. Guerreros amigos, y ángeles portadores de alegría a los que también consideraba amigos, como buen humano que una vez fue, incluso a una inmortal llamada Sienna, la cual resultó ser la nueva reina de los dioses Titanes, inmortales que se consideraban los jefes del mundo entero. A ella le gustaba presentarse sin avisar y a él le gustaba echarla.
También había estado la esposa de Lysander, Bianka, una Arpía a la que nadie se atrevía a llevarle la contraria. Sostenía el corazón de su líder en la palma de las manos, y su felicidad era la suya, pero aún y todo Hyun no conseguía deshacerse de él lo suficientemente rápido. Y todavía, ver a Saeng aquí afectaba a Hyun extrañamente. Estaba aquí, rodeado por sus paredes, acomodado en su mundo, gracias a que él lo había hecho así. Él y ningún otro.
La idea no le debería haber llenado de satisfacción, pero lo hizo.
Era tiempo de dejarlo, decidió. En realidad. La distancia le haría bien. Aplazar el juego, para poder entumecerle, era el modo que prefería.
—Quiero que estés a gusto, Saeng —dijo—. Los demonios no se atreverían a tratar de entrar.
Su alivio era tangible.
—Bien.
—Tengo un asunto del que me debo ocupar, pero no me iré muy lejos. Sólo unas cuantas habitaciones más allá. —No había pensado quebrarse, no sabía que era capaz de hacerlo, pero la presión que sentía—. De todas maneras recuerda permanecer dentro de éste.
Justo entonces, su semblante cambió. Sus ojos se estrecharon, y los labios se apretaron.
—¿Quieres decir que soy tu prisionero? ¿He cambiado una celda por otra?
A pesar de estar obligado a decir la verdad durante miles de años, había encontrado modos de escaquearse.
—¿Cómo puedes considerarte una cautivo cuando cada deseo se te concederá mientras estés aquí?
—Eso no es una respuesta.
Humano sospechoso, espinoso. Era perspicaz de una manera fastidiosa.
—Y sin embargo se resolverán a algunas de tus preocupaciones, estoy seguro.
Golpeó fuerte con su pie, con cada pulgada del niño voluntarioso que poseía, aunque esto no lo molestó como debería hacerlo.
—No me veré apresado. Nunca más.
Sus palabras, por otra parte… Un destello de cólera se formó, que le quemaba en el centro del pecho. Demasiadas personas habían dudado de su autoridad últimamente, y había llegado a límite de tolerancia.
—¿Prefieres morir, Saeng?
—¡Sí!
Él parpadeó por su propia vehemencia, y él también lo hizo.
—Sí —dijo suavemente.
La afirmación era falsa, aunque no pudiera probar una mentira. Sin duda.
—¿Realmente eres consciente de que te podría aplastar en segundos?
—Créeme, llegados a este punto, la muerte sería una bendición. Así que aplástame si no puedes tolerar que te contraríe, porque nunca cooperaré. Lucharé contra ti siempre si fuera necesario.
«La muerte sería una bendición». Otra persona le había pronunciado aquellas palabras antes, y la muerte en efecto había sido una bendición entonces. Para Siwon, pero no para Hyun. Sufriría eternamente por lo que había sucedido aquella noche terrible.
Debes dejar de comparar a Saeng con tu hermano.
Ahora mismo, tenía dos opciones. Convencer al Humano de que no era un prisionero, lo que llevaría tiempo y no tenía, o dejarlo ir. Ninguna le convencía. Quizás hubiera una tercera opción, sin embargo. Era una que nunca había intentado antes. La cortesía.
Merecía la pena intentarlo, suponía.
—Humildemente te solicito que permanezcas aquí. Todo lo que desees, sólo tienes que pedirlo, y será tuyo. —En el momento en que lo dijo recordó cómo le había gustado Min. Una pequeña llama de cólera se intensificó, y habría jurado que oyó un plof, plof—. Excepto a un hombre. No puedes convocar a un hombre.
Hyun lo había salvado. Hyun sería quien lo cuidaría.
La luz en el cuarto lo golpeó en un ángulo diferente, y vio las ojeras que estropeaban la suave piel bajo sus ojos, el profundo hundimiento en sus mejillas. Tan delicado, este humano.
—No lo entiendo. ¿Tienes criados que me traerán todo lo que quiero?
—Ningún criado. Te mostraré cómo funciona. ¿Qué es lo que deseas? Excepto un varón —se apresuró en añadir.
—Una ducha —dijo sin vacilación—. Sin que nadie me mire.
—Una ducha privada —dijo, después empezó a hacer señales detrás de él.
La niebla comenzó a espesar y a tomar forma, hasta que una ducha apareció alta y orgullosa. Estaba revestida de cristal ahumado y tenía múltiples chorros así como un desagüe en el suelo.
Jadeó con placer e incredulidad a partes iguales.
—Comida —dijo, con un tono de voz inmensurable.
Plof, plof. Excepto… ya no era la llama de cólera. No estaba seguro de qué era.
Un puchero encorvó su boca hacia abajo.
—No pasó nada.
—Debes ser específico —le instruyó.
Su lengua surgió, asestando un golpe sobre sus labios.
—Quiero bogavante, galletas y salsa, risotto con espárragos, enchiladas de ternera, filete frito de pollo, pasteles de chocolate con azúcar glaseado, pasteles de chocolate sin azúcar glaseado, moras con helado de la vainilla, pavo y aliño, y… y… y…
Al lado de él apareció una mesa redonda, grande, con alas intrincadamente esculpidas en sus patas. Después un mantel blanco elegante que perfectamente conjuntaba y encajaba con el tamaño de la mesa. Los platos aparecieron después, uno por uno, hasta que la superficie de la mesa estuvo cubierta de cuencos humeantes y bandejas perfectamente presentadas.
Las rodillas le temblaron. Agarró el borde de la mesa, cerró sus ojos y respiró profundamente, el éxtasis consumía sus encantadores rasgos.
—No sé por dónde comenzar —confesó.
—Comienza por un lado y sigue el camino hasta el otro.
Lamió sus labios.
—¿Tienes hambre? ¿Quieres algo? De ser así, tendré que convocar más.
¿Más?
—No, gracias. Comeré mañana —nunca comía antes de las batallas, y no comenzaría ahora. Pero habría disfrutado con mirarla a él, o eso creía. Atestiguando su placer, su pasión y… ¿qué estás haciendo?—. Nadie te molestará.
Él no hizo ningún comentario, alcanzó el helado.
Comenzó a andar a través de la niebla. Se volvió de espaldas, la niebla le impidió verlo, pero tan insustancial como parecía, lo mantendría ahí dentro.
Alzó la mano y mandó a las bisagras de la puerta sellarse. Sólo él sería capaz de abrirlas. Sólo él sería capaz de entrar, o de salir. Lo que es más, Saeng no oiría nada que pasara fuera de su cuarto.
Hecho esto, se encaminó por el pasillo, el suelo se extendía ante él con cada paso que daba. Por delante de su dormitorio, su santuario privado, y su cubículo, donde los cinco guerreros de más confianza de su ejército le esperaban. Siendo de confianza un término relativo, por supuesto.
Min, Joon y Kyu guardaron las distancias a un lado, juntos, como siempre y de alguna manera, separados de los demás. A diferencia de la mayor parte de otros ángeles, Kyu carecía de la perfección física. Tenía el pelo blanco y lo llevaba retirado enganchado con una joya. Su piel carecía de color, como si la muerte se hubiera colocado bajo la superficie, con diminutas cicatrices que formaban un patrón. Tres líneas, hueco, tres líneas, hueco, tres líneas. Los ojos rojos miraban el mundo con inteligencia y cólera en una rara combinación.
En ese momento, aquellos ojos parecidos a los de un demonio fulminaban a la sierva que se encontraba atada por zarcillos de nube que se agarraban a sus nudosas muñecas y tobillos como la hiedra, sosteniéndola en el sitio sin esperanza de fuga.
Al lado de ella se encontraba un hombre también atado, el ángel caído que Hyun había traído hacía unos meses. El hombre se negó a comportarse, causando problemas a la nueva reina de los Titanes, y como a Hyun, le habían dicho que hiciera un favor, tuvo que retenerlo.
La atención de Hyun se movió hacia los otros ángeles. En la esquina más lejana, Leeteuk limpiaba su espada aniquiladora, aparentemente inconsciente del resto del mundo. Tenía una piel bañada por el sol y ojos morados tan profundos e insondables como un hoyo de desesperación. También poseía una barba negra gruesa y un pelo negro largo que colgaba por debajo de su espalda en múltiples trenzas.
Siendo un niño, los demonios le habían arrancado las alas. Y debido a su joven edad, sus poderes regeneradores no habían actuado a tiempo, por tanto aquellas alas nunca habían vuelto a crecer y nunca lo harían. En cambio sus hombros, su espalda y piernas fueron tatuadas con plumas carmesíes que representan las alas que debía echar de menos con cada onza de su ser. No es que alguna vez se quejara. Leeteuk era un hombre de pocas palabras, y aquellas que pronunciaba eran profundas, roncas y helaban el alma.
Nicole marcó el paso delante del demonio. Con su oscura piel, los largos rizos negros que caían en cascada bajo su espalda y ojos color de la miel más dulce, era una portadora de alegría original, ascendida a guerrero sólo después de que se hubiera arriesgado en el infierno, para rescatar a un humano a su cargo.
Pasaron semanas antes de que regresara, y aunque consiguió salvar el espíritu del humano, ella no se había salvado. Algo allí abajo la había cambiado. Ya no se reía fácilmente o revoloteaba por la vida despreocupada. Nadie miraba por encima del hombro tanto como Nicole, era como si esperara que el mal estuviera en cada esquina.
Sin embargo, hasta la batalla de esta noche, Hyun no había entendido por qué la habían dejado a su cuidado. Ahora lo sabía. Claramente, tenía un problema para seguir las órdenes… sin mencionar el hecho de que ya no apreciaba la vida humana.
Tendría que ser castigada. Probablemente ella gritaría.
Debería haber elegido a KangIn como mi quinto. El hombre era irreverente, siempre risueño, obsesionado con causar estragos, pero no derramaría un solo grito cuando Hyun pronunciara sentencia.
Kyu le notó primero y se enderezó. Los demás le siguieron.
—El muchacho humano —dijo Min—. Me gustaría volver a verlo.
¿Todavía pensaba en él, de verdad?
—No hay ninguna necesidad. Está aquí conmigo —contestó con un filo inesperado en el tono—. Puedes decirme lo que has averiguado de él cuando acabemos con la demonio.
Un destello de satisfacción atravesó los ojos de Min, y eso, más que cualquier otra cosa hoy, enfureció a Hyun. ¿Esperaba ganárselo?
—Tengo todavía más que averiguar. No ha habido tiempo.
Otra orden desatendida.
—Recuperarás el tiempo cuando te vayas.
Algo notó Min en su tono de voz. Porque más que una de sus réplicas habituales, saludó con la cabeza.
—Lo haré.
—¿De qué muchacho humano hablamos? —preguntó Nicole.
Hyun alejó la pregunta.
—El único humano que debería importarte es el que mataste durante la batalla.
—Sí. ¿Y qué? ¿Qué pasa si maté a uno? —replicó, y entonces percibió el tácito: Tú también. Ellos también.
Estrechó los ojos sobre ella, como lanzas resolutivas.
—¿Cuántas veces en los tres meses pasados te he dicho que debes matar a un demonio pero no dañar a un humano? —La podría haber reprendido a parte, la podría haber castigado en privado, pero había hablado de su pecado delante de los otros así que trataría con las consecuencias delante de otros.
El rojo cubrió sus mejillas. Miró fijamente a sus semejantes antes de reenfocarse en Hyun.
—Hay aproximadamente treinta días en un mes, y lo has mencionado al menos una vez cada día. Por lo tanto mi conjetura sería que noventa veces.
El número no era una exageración.
—Y aun así lo hiciste de todos modos.
Levantó su barbilla a modo de desafío arrogante, sus ojos casi negros por las sombras de ojos y la máscara de pestañas. Ojos completamente secos.
—Lo hice. Se burló de mí a través del humano.
Demasiadas personas habían levantado sus barbillas ante él hoy. Realmente, una ya hubiera sido demasiado. Se lo había permitido a Saeng porque era humano y no sabía o no tenía otro modo de expresar su disgusto hacia él. Y de alguna rara manera… le había encantado. Pero éste no era el caso.
—Un buen soldado sabe no hacer caso de los insultos que le lanzan. Con tu rebelión me he ganado otra paliza. No tú. Yo —Y quizás ese era el problema. Nicole no pensaba en las represalias. Ninguno de ellos lo hacía.
—¡Lo siento! —contestó ella enérgicamente.
Exactamente lo que le había dicho a su Deidad, pero seguramente no en ese mismo tono irritante.
—No sientes tus acciones, sólo el que te critique —en el momento en que se percató de las palabras que había dicho, frunció el ceño.
¿Se reía su Deidad ahora mismo? Él le había contestado aquellas mismas palabras a Hyun.
Qué giro de los acontecimientos. Hyun había pasado de rebelde a ejemplar, simplemente para seguir luchando contra los seres responsables de la tortura de su hermano. Bien, sus soldados encontrarían algo mucho peor de lo que él con la Deidad.
Los labios de Nicole se apretaron en una línea fina y terca, ninguna respuesta.
—Si esto vuelve a pasar, Nicole, te haré sufrir de modos que no te puedes ni imaginar, cualquier castigo que se me infrinja, y te lo devolveré multiplicado por cien. —Tras la próxima paliza, él todavía podría llevarlo acabo. Por ahora, debía hacer algo ejemplar—. Esta noche visitarás a cada miembro de mi ejército y pedirás perdón por tus acciones. Pedirás su perdón, ya que tú eres la razón por la que mañana pasareis todo el día en vuestra forma humana, escondiendo las alas de los ojos mortales, limpiando cada callejón y calle del condado de Moffat, Colorado. —La escena del crimen.
Una humillación para ella, y enfurecimiento para ellos. Todos aprenderían.
Inclinó su cabeza, pero no vociferó.
Bien.
—Cualquiera que rechace obedecer será retenido en mi nube, preso hasta final de año. No toleraré ni un desacato durante más tiempo. —Encontró la mirada fija de cada guerrero.
Recibió leves movimientos de cabezas afirmativos y reacios. Poco dispuestos, sí, pero una afirmación, era una afirmación.
—Ahora, no hablaremos más del tema —dijo.
Kyu sacudió un pulgar hacia el ángel caído.
—¿Quién es él, y por qué está aquí? —Una pausa—. Si puedo preguntar — añadió.
El cambio de tema era bienvenido.
—Su nombre es Suk, y ahora es tu responsabilidad. —Suk había cometido delitos contra sus compañeros los ángeles, así como contra humanos, para estar con una mujer que ni siquiera le había querido.
Pero por qué había sido juzgado incapaz para el cielo, despojado de sus alas y de un puntapié mandado a la tierra, mientras Hyun y estos cinco no, era un misterio. En la superficie, Suk parecía igual que cualquier de los otros hombres de Hyun. Había teñido su pelo a un pálido rosa, se había tatuado lágrimas sangrientas bajo sus ojos y había añadido pendientes de plata a sus cejas. Pero debajo de todo esto, debía haber un pozo negro de oscuridad.
—Cuando terminemos aquí, te lo llevarás de mi nube y lo retendrás cerrado con llave en tu casa —dijo Hyun. No quería al antiguo ángel en el mismo lugar que Saeng—. De esa manera no me culparán por ningún delito que él haya cometido.
Lo serás tú.
Kyu rechinó sus dientes, pero no ofreció ninguna queja.
Min se rió disimuladamente, y Joon taladró sus nudillos en el bíceps de Kyu.
—Afortunado.
—Ahora, con la demonio capturada —dijo Hyun.
Cada cuerpo angelical brilló tenuemente, incluso el suyo propio. En armonía, seis de ellos se dieron la vuelta y se pusieron enfrente del ser. Él se retorció, la niebla estirándose sobre su frente y dentro de la boca, sosteniéndola, guardando silencio. La niebla también taponó sus oídos, bloqueando el sonido de las voces.
Era una sierva de Pestilencia. Su piel era fina como el papel y cubierta de llagas. Su cuerpo esquelético carecía de músculos o cualquier grasa. Los pocos dientes que tenía eran amarillos, tan picados como su piel, y tan puntiagudos como sus rizadas garras.
—Permite que ella nos oiga —mandó Hyun a la nube—. Permite que ella hable. —Rápidamente la niebla que cubría su boca fue disipada.
Siseó una terrible maldición.
—Por si no eres consciente de cómo funciona esto —dijo, sin hacer caso de su insulto para probar lo ineficaz de la insolencia—, te instruiré.
—No Hyun Joong —gimió—. Cualquiera menosss Hyun Joong. —Un olor a putrefacción procedente de ella flotó por el aire, prueba de su estallido repentino de miedo.
Su inclinación a torturar a su enemigo era conocida.
—Morirás un día, sierva. El resultado no cambiará. El método de tu ejecución es la única variable que puedes controlar—. Sabía que los demonios eran más susceptibles al tono de la verdad que los humanos; ésta se estremeció al finalizar cada oración—.
Tengo preguntas para ti, y contestarás a cada una de ellas de manera franca.
—Sabes que saborearemos tus mentiras —dijo Min.
—Te castigaremos con gusto —añadió Joon.
—¿Por qué permaneciste fuera de la Institución del condado de Moffat esta noche? —Los detalles eran más que importantes, eran necesarios. Sin parámetros, los demonios podían conseguir cualquier cosa que desearan y responder en consecuencias.
Sus delgados labios se levantaron por las esquinas.
—Por la sssencilla razón de que otrosss demoniosss lo hicieron, lo juro.
La verdad sin demasiado contexto suficiente para ser útil. Muy bonito.
—¿Por qué razón permanecieron los otros demonios fuera de la Institución del condado de Moffat? —preguntó—. No tendrás más posibilidades de contestar a esta pregunta.
—Sssoy feliz ressspondiendo. Ellosss ssse quedaron fuera por la misssma razón que yo me quedé. Esssa esss la verdad, tienesss mi palabra.
Hyun metió la mano en una bolsa de aire y retiró un frasco del Agua del Río de la Vida. Para poner un pie cerca de la orilla del río oculto en el interior del templo de la Deidad por el Altísimo, un ángel tenía que sacrificar la piel de la espalda, literalmente ¿Conseguir un único frasco del preciado líquido que salva la vida? Para eso el ángel tenía que sacrificar mucho, mucho más.
Hyun tenía sólo unas gotas, pero consideró el tormento de un demonio como digno para la pérdida.
—Encuentro que tu verdad no satisface mi curiosidad, por lo tanto me obligas a tomar mi satisfacción por otro camino. Recibirás un castigo de cada uno de nosotros, como advertencia. —Por la afirmación de sus cabezas, sus soldados ya sabían lo que quería que hicieran. Podían haber estado trabajado juntos durante poco tiempo, pero en este caso, deseaban la misma cosa.
Leeteuk se movió detrás de la demonio y fijó su cabeza contra su enorme pecho, sus largos y gruesos dedos, aplicaron presión en su frente. Kyu y Min anduvieron hacia adelante, ambos convocaron sus armas metálicas. Al unísono, la apuñalaron en el estómago. Sangre negra salpicó de las heridas, soltó un grito profano de agonía. Las lesiones no eran mortales, pero dolerían y la debilitarían.
Mientras que a los humanos se les debía proteger, a los demonios nunca se les aplicó la misma cortesía.
Joon y Nicole sustituyeron a Kyu y Min posicionándose delante de ella. Después de que Joon fracturó su boca, Nicole utilizó un delgado escalpelo para extirpar todos los dientes del demonio.
Cuando los cinco terminaron, la demonio sólo podía suplicar por piedad. Piedad que nunca había mostrado a sus propias víctimas. Piedad que Hyun no tenía. Los siervos de Pestilencia deliberadamente infectaban los cuerpos de los humanos con enfermedades contagiosas, alimentándose de su fragilidad cada vez mayor, su dolor, el pánico y disfrutando con todo ello.
Era el siguiente en actuar, se posicionó delante de ella.
—Te lo advertí —dijo.
—No mentí, sssólo dije la verdad —pronunció malamente la sierva, gracias al conducto radicular improvisado de Nicole.
—Jugaste con la verdad. Conmigo.
Dejó de retorcerse, otra misteriosa sonrisa levantó las comisuras de su boca, sangre negra goteaba de sus labios.
—¿Y no te gussstan losss juegosss, ángel? Lo dudo. Apessstasss a Hombre humano ahora misssmo. ¿Jugassste con él? —Las palabras aún más confusas que antes, pero Hyun era capaz de descifrar su significado.
Hizo señas a Min.
El guerrero le introdujo de nuevo su arma en la tripa, y la dejó allí.
Un gruñido. Un gorjeo de sangre de su boca. A través de jadeos, dijo:
—Bueno, bueno. No te gusssta jugar. Quizásss pueda hacerte cambiar de opinión. Dame cinco minutosss, y haré cosssasss a tu cuerpo… cosssasss con las que sssoñarásss durante añosss.
Mientras hablaba, puso el frasco que sostenía verticalmente, permitiendo que una única gotita del agua se le posase en la yema del dedo.
—Ah, pero en cinco minutos creo que tendrás asuntos más apremiantes en tu mente. Ya que el tiempo ahora corre a mí favor. —Extendió la mano y empujó el dedo en su boca, forzando a la gotita a que le bajara por la garganta.
El grito agudo y roto que siguió ponía en ridículo todos los escuchados de ella antes, el agua atacaba la pestilencia en ella, extendiendo la salud y la vitalidad. Se retorció contra Leeteuk con tanta fuerza, que varios de sus huesos se rompieron saliéndose de su lugar.
Cuando por fin se calmó, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas ulceradas, el olor putrefacto denotaba la descomposición, Hyun dijo tranquilamente:
—He decidido ser benévolo y darte una última oportunidad. ¿Por qué permaneciste fuera de la Institución esta noche?
Hubo la más escasa de las pausas antes de que ofreciera ligeramente:
—No tuve… tiempo… de entrar. —Sus palabras fueron puntualizadas por gritos ahogados debido al dolor residual.
—¿Quién te lo impidió?
Una pausa más larga, estaba considerando lo que todavía Hyun podría hacer con ella. Al final, decidió que una evasión no merecía la pena.
—Jae.
Jae. Un demonio que había sido la mano derecha del alto señor Avaricia, y había sido considerado como uno de los guerreros más feroces del infierno.
Actualmente era un maestro.
¿Era él quien había marcado a Saeng?
—¿Dónde está Jae ahora?
—No lo… sssé.
No descubrió ninguna mentira esta vez, tampoco.
—¿Cómo se puso Jae en contacto contigo?
—Pessstilencia essstaba muy ocupado… con los humanosss… tenía que asssociarme… con alguien. Burden esss… el másss poderossso en mi opinión.
—¿Cuáles eran vuestras ordenes?
—¿Qué te hace… pensar… que teníamos?
Hizo un gesto con la cabeza a Min.
Min profundizó el cuchillo.
La sierva gruñó debido al renovado dolor.
—Nosssotrosss essstabamos… para divertirnosss… con un Hombre humano. El que ahora… olfateo en tu… túnica
—¿Por qué?
—No… pregunté, no me... preocupaba.
Verdad.
—Has ganado la muerte, sierva. Es toda vuestra —dijo a sus soldados.
Min retiró el arma y ella se dejó caer contra las ataduras. Un segundo más tarde, cinco espadas de fuego aparecieron, y en el siguiente parpadeo, la sierva perdía la cabeza y todas las extremidades. A los demonios les gustaba el fuego, sí, y podían resistir las llamas. Pero los fuegos en el infierno eran fuegos de condenación. Las espadas de los soldados poseían el fuego de la justicia, el cual los demonios no podían resistir.
Sus guerreros sostuvieron las puntas de sus espadas contra cada parte de la sierva, hasta que la carne y el hueso prendieron en llamas, carbonizándose hasta las cenizas que se fueron volando por una brisa repentina.
Hyun tenía las respuestas que había buscado. La pregunta ahora era qué hacer con ellas.




Se acabó disfrutar del cambio de escenario, pensó Saeng.
Bien, esto no era exactamente cierto. Él lo hizo. Al principio.
Después de que había devorado todos sus alimentos favoritos, el estómago tan lleno que podría haber reventado, se había duchado, sintiéndose más limpio de lo que estuvo en cuatro años. Si sólo se hubiera sentido limpio alguna vez, pero no. Tenía una capa de suciedad bajo la piel, en la sangre, que él había sido incapaz de limpiar.
Vale, vale, como sea. No gimotearía. No ahora. Se vistió con la camiseta y el pantalón largo y suelto que había solicitado. Entonces se quedó de pie allí. Simplemente parado, con un agotamiento completamente abrumador. Pidió a la nube -¡la nube!- una cama. Apareció una enorme monstruosidad con sábanas de seda magníficas, y avanzó lentamente encima agradecido. Pero… era incapaz de dormir, sentía demasiado miedo de ser vulnerable, demasiado preocupado de las pesadillas que lo acosarían, demasiado ensimismado con los pensamientos sobre Hyun.
¿Dónde había ido? ¿Con quién? ¿Qué estaba haciendo?
¿Por qué le importaba a él?
Por la mañana, pequeños dolores en el cuerpo se hicieron notar y olvidó toda la curiosidad. Poco después de esto, comenzó a temblar y sudar por la abstinencia. Tantos años de continuo consumo de drogas y ahora, dejarlo de golpe… probablemente no era el curso más sabio de acción. Y sí, podría haber pedido a la nube un sedante, pero se resistió a la idea con cada fibra de su ser. Nunca se haría a sí mismo lo que los doctores le habían hecho.
El segundo día, vomitó repetidas veces, hasta que no hubo nada más dentro del estómago, excepto –seguramente- pedazos de cristal y clavos oxidados. Tal vez una manada de búfalos en estampida.
El tercer día, volvió al temblor y la sudoración, tan débil estaba que apenas podía levantar la cabeza o abrir los ojos.
Finalmente, el sueño derribó por delante cada pared de resistencia que había erigido, y se sumergió en la tierra de los sueños. Sus padres lo abrazaban y besaban, diciéndole cuanto lo amaban. Su hermano mayor, Ki, le frotaba sus nudillos por el pelo. Oh, cómo le había echado de menos. Desde que lo encarcelaron, le había dejado muy clara su antipatía.
Hubo un tiempo, que había amenazado a cualquier muchacho que hubiera querido salir con él. Le había sonreído cada mañana cuando le preparaba el desayuno, sus padres ya habiéndose ido corriendo para trabajar. En el camino a la escuela, lo había sermoneado sobre estudiar más y mantener sus calificaciones altas de modo que pudiera entrar en una buena universidad y tener el mejor futuro posible.
Eso ya no era posible ahora. El Ki adulto no creyó el relato de Saeng de esa mañana fatídica. No confiaba en él, y ciertamente no lo adoraba ni quería lo mejor para él.
¿Lo mejor? ¿Qué era lo mejor para alguien como él? A pesar de la euforia que había sentido después de la salida de la institución, a pesar del deseo de vivir solo, feliz y despreocupado, la verdad era inevitable ahora. El único futuro que tenía era uno huyendo de la ley.
El sueño se transformó, sus padres y Ki fueron empujados al fondo de la mente y reemplazados por los demonios contra los cuales había luchado a lo largo de los años. Vio suelos empapados con la sangre que nadie más podía ver, los pies que resbalan y se deslizaban en los charcos mientras gritaba por la ayuda que nunca recibía.
Por suerte, ese sueño se transformó también. Ahora estaba recostado al lado de Hyun, mientras él colocaba su fría mano sobre él, apartándole suavemente el pelo de la cara mientras balbuceaba sobre la gente problemática. Él le embutió dulces y jugosos frutos en la garganta, y de alguna manera él encontró la energía para abofetearlo por ser tan zurullo sobre ello.
El cuarto día, todo cambió. El sueño se calmó, la mente en blanco. Los dolores y las molestias se esfumaron. Finalmente, benditamente, incluso el temblor y la sudoración se aliviaron, y los miembros recuperaron su fuerza. Se estiró y luchó hasta conseguir sentarse, mareos esperaban en los bordes de la mente, listos para devorarla entero.
Miró los alrededores -todavía estaba dentro de la nube- y luego a sí mismo. Estaba vestido con una túnica blanca tan suave como la cachemira y bien limpio de la cabeza a los pies, a pesar del tiempo que había pasado. ¿Quién lo había cambiado?
¿Bañado?
¿Hyun Joong?
Las mejillas le enrojecieron con el calor. Sí, Hyun Joong. Esa parte no había sido un sueño, después de todo, sino una realidad pura.
Cuan… agradable de su parte.
Hyun no parecía el tipo que se preocupara por el sufrimiento de otros, sobre todo a expensas de su propia comodidad, pero se había arriesgado a las bofetadas de un Hombre desquiciado sólo para asegurarse que comiera.
Pobre tipo. Probablemente lamentaba haberlo liberado.
Lanzó las piernas por el lateral de la cama y se puso de pie, tambaleándose. Era tiempo de buscar a Hyun, agradecérselo y descubrir su siguiente movimiento.
—Humano latoso —refunfuñó Hyun Joong mientras se paseaba por el centro de su nube. Nunca antes se había hecho cargo del cuidado de un humano enfermo, o incluso de un ángel enfermo, para ser el caso. Claramente. Bajo su cuidado, Saeng sólo había empeorado.
¡Y lo había abofeteado! ¡En múltiples ocasiones! Ni siquiera su Deidad se había atrevido alguna vez a tal cosa. Azotarlo, sí. Hyun todavía se reponía de la última ronda con la correa de cuero, ¿pero abofetearlo? Nunca. No es que la insignificante acción hubiera dolido. Era una cuestión de principios. Él había dedicado tiempo de su día para cuidarlo, tiempo precioso que debió dedicar a su nuevo ejército y las varias misiones, y ¿él no se lo podía agradecer?
—Típico mortal —se quejó ahora. La cólera con él no provenía de la preocupación, estaba seguro de ello. Se pasó el dorso de la palma hacia arriba y hacia abajo por el centro del pecho y chasqueó los labios, encogiéndose ante el gusto amargo en la boca.
No expresaría una mentira en voz alta, pero una seguramente entretendría a su propia mente.
Saeng viviría o moriría, y Hyun no iba a preocuparse de una u otra forma más tiempo. Simplemente no lo haría.
Hizo una mueca de dolor cuando ese gusto amargo se intensificó. ¡Suficiente de esto! Haría lo que cualquier otro hombre habría hecho en esta situación. Convocaría a un Hombre para que se hiciera cargo. . Sí, Joon podría garantizar la seguridad de Saeng.
—Informa a Joon que requiero su presencia —dijo a la nube.
¿Cuánto tiempo tardaría en volar hasta aquí? Necesitaría menos de un minuto para empujar a Saeng en sus brazos y echarlas de su casa. Estaba cansado de pensar en Saeng, cansado de preguntarse qué tan gravemente lastimado estaba, si sobreviviría cualquiera que fuera la enfermedad que lo había atacado. Cansado de llegar dentro de la bolsa de aire que contenía el frasco del agua del Río de la Vida, sólo para contenerse antes de que entrara en contacto con él. Considerar aún darle la gota restante era absurdo.
—¿Me castigaras? —preguntó Joon al momento de llegar.
Por fin. Giró para encontrarlo de frente.
—Llegas tarde.
¿Los ojos dorados brillaron con… cólera? No podía ser. Había calor allí, pero nada de furia.
—¿Cómo puedo llegar tarde? No me diste un margen de tiempo. —Sus alas se metieron a los costados y su cabello oscuro se asento sobre los hombros, cayendo en la extensión lisa de sus brazos—. Además, no sentí la necesidad de apresurarme para mi castigo.
—No tengo intención de castigarte. No desobedeciste, y no declaré tu castigo. Ese tema está cerrado.
Él giró uno de los hilos de su ropa en sus dedos.
—¿Entonces por qué estoy aquí?
—Eres de sexo masculino.
Hubo un leve gesto de su boca.
—Muy amable de tu parte el notarlo.
—Quiero que… te necesito para… —Apretó los labios, masajeó la lengua contra el paladar. Trató de hablar otra vez. Fracasó. Las palabras se negaban a abandonarlo.
Si colocara a Saeng al cuidado de Joon, no sería capaz de verlo sin pedir una invitación a la casa del ángel. Nunca sabría lo que pasaría con él. Y Joon era tan impulsivo, tan a menudo controlado por sus emociones. ¿Y si Saeng lo enfadara? Saeng poseía un poco de carácter y no siempre pensaba sus palabras. ¿Cómo reaccionaría Joon a una réplica insensible de un humano inferior? No bien, ciertamente lo sabía.
No puedo encomendar a Saeng a su cuidado.
Una clase extraña de alivio impactó sobre él, quitándole un peso de los hombros y alguna resplandeciente luz le brilló en el corazón. No, no era alivio. No podía ser. Se sentía irritado por este giro de los acontecimientos, seguramente. Estaba de vuelta donde había comenzado, donde no tenía deseo de estar.
El ángel le contemplaba con expectación.
—¿Qué requieren los Humanos? —preguntó, negándose a cambiar de opinión una vez más. Saeng se quedaba, y eso era todo.
Joon cambió de peso, su túnica ondeando con el movimiento.
—¿Requieren para qué?
—Para atender sus necesidades.
Sus ojos se ensancharon y sus pupilas llamearon, engullendo todo ese oro. Las mejillas se sonrojaron y sus labios se suavizaron, abriéndose.
—No tenía ni idea de que habías comenzado a experimentar el deseo, Hyun Joong. Pero recuerda está prohibido
—Eso no te interesa y no lo digo por eso, solo quiero saber cómo tratarlos es todo. Pero bueno porque me preocupo por eso simplemente solo son una molestia metiéndose en problemas
Saeng había querido saber dónde estaba, no porque se preocupara por el hombre -él no- sino porque él había hecho algo a la nube para impedirle dejar su cuarto. Enfurecido, había exigido que la nube le mostrara dónde estaba y qué hacía, y esto -¿él o ella?- lo hizo.
Una pantalla como de televisión había aparecido justo delante de ella, constituida solamente de aire. Había mirado, con las manos empuñadas y los ojos entrecerrados, vio como hablaba con otro Ángel y decía como era una molestia para él. Su genio no era por eso si no por otras circunstancias. Estaba atrapado, y el afuera libre.
—Bueno pero yo no he dicho eso— hablo el muchacho—. Tu solo lo has asumido.
—Pero es la verdad lo único que provocan son problemas y molestias.
Bien, por tanto, estaba equivocado otra vez. El hombre no tenía sentimientos.
—Si eso es todo lo que me tenías que decir me voy, hasta luego— giró sobre sus talones, sus alas ampliándose en un estallido de movimiento. Las suyas poseían mucho menos oro que las de Hyun, pero no obstante eran preciosas. Se lanzó en el aire y salió de la nube.
Él miró hacia la pantalla que Saeng todavía miraba, y sabía que él venía a la habitación. No queriendo ser atrapado espiando, ordenó que desapareciera la pantalla de televisión.
—¡Vete!
El aire se aclaró, hasta que sólo permaneció la pared de la nube.
Un segundo más tarde, Hyun caminó a través de esa pared, parecía salido de un sueño prohibido de medianoche mucho mejor que los que él había tenido. Su espeso y sedoso cabello caía sobre la frente perfecta, y con la mirada fija la estudió con una firme intensidad. Aunque sus rasgos hubieran sido pintados con un pincel de juventud, parecía muy antiguo, el verde invernal de sus ojos lo veían todo, sin perderse nada.
Una túnica blanca y larga le cubría, de alguna manera mostrando su increíble fuerza, y oh, oh, oh, pero había traído la frialdad del Ártico con él. Se envolvió con los brazos para calentarse.
Él lo revisó. Algo pasó sobre su expresión, algo que no pudo descifrar, antes de que él con cuidado dejara sin expresión sus rasgos.
—Estás bien.
No me dejaré intimidar, y absolutamente no seré sobrecogido por su aspecto.
Saeng se obligó a soltar la ira que había estado conteniendo.
—Y tú eres un ser despreciable. ¡Me hiciste prisionero, después de que te dije que prefería morir!
Lejos de ser intimidado, le dijo:
—Esa no es la manera de hablarme, Saeng. Estoy de un humor peligroso.
¿Cómo si él no lo estuviera?
—Vaya, el poderoso Hyun Joong en realidad siente algo —dijo atrevidamente—. Es un milagro de Navidad.
—No es Navidad, y te sugiero que suavices tu tono. Por otra parte, podría considerar tus palabras y matarte. ¿Qué me dices?
Él dio un grito ahogado, retrocediendo hasta que golpeó el borde de la cama y casi cayó en ella.
—No te atreverías. No después de que pasaste tantas complicaciones para salvarme.
Un odio a si mismo oscureció sus ojos.
—Maté a mi propio hermano, Saeng. No hay nadie con quien no pueda acabar.
Espera, espera, espera. ¿Él había hecho qué?
—Estas mintiendo.
Tenía que estar mintiendo.
El chasqueó los dientes hacia él, recordándole a un animal herido con demasiado dolor para aceptar la ayuda de nadie.
—No miento. No hay ninguna necesidad. La gente miente porque se preocupan sobre las consecuencias de admitir la verdad. Yo no me preocupo por nada. Las personas mienten porque desean impresionar a los que les rodean. Yo no busco impresionar a nadie. Serías sabia al recordar esto.
¿Cómo podía ser este el mismo hombre que lo había cuidado tan dulcemente?
—¿Por qué mataste a tu hermano?
—No es asunto tuyo.
Él insistió.
—¿Cómo mataste a tu hermano?
Silencio.
—¿Un accidente?
—¡Saeng!
Un escarmiento, si alguna vez había oído uno. Bien. Dejaría el tema por el momento. Sin embargo, la idea del animal herido tuvo sentido. Sea lo que hubiera hecho, sufrió por ello.
—¿Por qué dejaste que me quedara en tu nube? —dijo—. ¿Cuándo claramente te asusto? Y realmente te asusto, no importa lo que digas. Si no, ¿por qué más me encerrarías?
En un lento latido, su cólera pareció drenarse de él.
—Quieres provocarme con esa pregunta, supongo. Esperas avergonzarme hasta que me disculpe, hasta jurar que no te encarcelaré nunca otra vez.
—No. —Bueno, tal vez un poco.
—¿Deseaste dejar mi nube?
—Deseé dejar la habitación.
—Y fallaste en tu tentativa.
—Tu nube fue la que falló, no yo.
Él hizo rodar sus ojos.
—¿Por qué deseaste irte?
Antes que mentir -o abofetearlo otra vez como tan generosamente se merecía- le devolvió sus palabras anteriores.
—No es asunto tuyo.
¿Estaban las comisuras de sus labios moviéndose?
—¿Querías verme? ¿Hablar conmigo?
Cada palabra hizo que el rubor se hiciera más profundo en las mejillas.
—No contestaré a esas preguntas, tampoco.
—Muchacho inteligente. Te has dado cuenta que es mejor rechazarme que mentirme. Pero con tu falta de respuestas, me has dicho lo que quería saber. Sí, deseaste verme, hablar conmigo. ¿Pero sobre qué?
Ángel irritante.
—Mira. Promete no volver nunca a encarcelarme, o me escaparé tarde o temprano. Y me doy cuenta que esto no es realmente disuasivo para ti, pero esas son las únicas opciones que estoy dispuesta a considerar.
—Bien. Nunca te encerraré con llave otra vez en esta habitación.
Ofreció el voto tan fácilmente, que momentáneamente se desconcertó.
—Bueno, bien, entonces.
—¿Te quedarás?
—Sí. —Durante un poco más de tiempo, porque no estaba seguro adonde más ir… o cómo volver a la tierra sin derramar las tripas—. Pero suficiente sobre mí —dijo, no queriendo que cambiara de opinión—. ¿Tuviste que ser tan ruin con tus palabras? —Se acabó el hecho de ocultar que lo había estado espiando.
Su mirada se dirigió rápidamente al espacio vacío al lado de él, estrechándose y devuelta a él.
—Me observaste— Las palabras fueron aterciopeladas, suaves de un modo que probablemente no había pretendido. Todo el tiempo, el vapor de su aliento resopló delante de su cara, añadiendo un factor de sueño erótico.
Esto no es asunto tuyo, Heo.
Y aún así él asintió con la cabeza para animarle a seguir.
—Lo hice —le dijo, y el aroma de él… de repente se adhirió a cada pulgada de su ser… casi poniéndola de rodillas. ¿Cómo no había notado su atractivo antes de este momento?
Él arqueó una de sus cejas, deslizándose bajo esa caída del pelo.
—Está bien si lo hice, espero no haber dañado tus sentimientos. Además, la verdad podrá doler pero cuando es usada correctamente, nunca es deliberadamente cruel.
¿Qué clase de mujer tomaría a este hombre? reflexionó. Una valiente, seguramente. ¿Y por qué él se entretenía con tales pensamientos? El tema no venía al caso…Su estúpido aroma debía estar afectándole el cerebro.
—¿Estás casado? —La idea no lo debería molestar, pero lo hacía. Pero sólo porque se sentiría culpable sobre encontrarlo tan atractivo cuando pertenecía a una mujer, seguramente.
—No, no estoy casado —dijo.
—¿Saliendo con alguien? —Aunque la palabra salir parecía demasiado mundana para aplicarse al ser celestial delante de él.
—No.
—¿Queriendo salir con alguien?
—No. Suficientes preguntas.
—¿Has salido alguna vez con alguien?
Él apretó la mandíbula con irritación.
—Nunca he salido con nadie, tampoco he querido alguna vez hacerlo.
Se le ensancharon los ojos.
—Pero esto significaría…
—Soy virgen, sí.
De ninguna manera. No era posible. A pesar de su reserva, alguien habría tratado de seducirlo antes.
—¿Nunca has besado?—pregunto curioso.
—Obviamente no. —Se movió alrededor de él, rozando con los dedos las sabanas de seda que cubrían la cama. Muy casualmente, preguntó—: ¿A ti te han besado alguna vez?
Él suspiró ya que los recuerdos lo asaltaban. Los buenos, los malos y los espantosamente feos. Antes de la institución, los besos que había experimentado habían sido con un muchacho de su elección. Unos habían sido agradables, unos apasionados, pero todos bienvenidos. Después de la institución… se estremeció de asco.
—Sí. —¿Pensaría Hyun menos en él ahora?
—¿Te gustó?
No hubo ninguna condena en su voz, lo cual fue la única razón por la cual respondió.
—Depende del beso qué estemos hablando.
Él soltó la tela y lo afrontó, incrustando una de sus manos en el pilar de la cama.
—¿Más de una persona te ha besado?
Todavía ningún juicio, y aún así, había algo en su tono. Algo cálido. Tan caliente, de hecho, que la nieve dejó de caer de las alas, el frío de alguna manera de repente se había ido.
Bien, mierda. Cambió de idea por tercera vez. No podía ser que no sintiera emociones. La furia cruda mezclada con la sensualidad, irradiaba desde aquellos párpados pesados hasta sus exuberantes labios, ya llenos y brillantes, el pulso martillaba en su cuello, y el lento ondular de sus dedos.
—Sí —dijo—. Pero sólo uno realmente cuenta. Antes de mi confinamiento, tenía un novio. Estuvimos juntos durante más de un año e hicimos cosas juntos. Aquellos besos me gustaron —o eso creyó entonces—. Después del asesinato de mis padres, rompió conmigo y nunca vino a visitarme. —Se encogió de hombros, como si no le importara.
La verdad fue que le importó mucho. Había necesitado a alguien que lo conociera para creerle, para creer en él, para mostrarle una medida de apoyo o entendimiento. La deserción de Junsu le había herido más profundamente que la de su hermano, dejándolo vacío y descorazonado. Había confiado en él, y aún así él se había alejado tan fácilmente de él. Ahora tenía que vivir con el hecho de que lo había visto desnudo.
—¿Quién más? —preguntó Hyun.
—Algunas veces, durante el encarcelamiento, un paciente o un doctor… —Otro encogimiento, éste rígido, espasmódico.
A medida que hablaba, él perdió esa insinuación de sensualidad, la frialdad retornando a él. Él sacó consuelo en eso. Como él, igual él odiaba el pensamiento de otros siendo forzados.
—¿Qué hizo los besos con tu novio tan agradables?
—Nos amábamos el uno al otro. Bueno, yo le amé. Resulta que él me usaba sólo por lo que le daría. Me pregunto si eso fue una cosa de chico adolescente, o sólo de Junsu. —Se mordió el labio inferior, la mente todavía atrapada en la confesión de Hyun de una abstinencia total y completa—. ¿Qué edad tienes, de todos modos?
—Soy más viejo de lo que posiblemente puedas imaginar.
Por favor.
—¿Cien? ¿Doscientos?
El negó con la cabeza.
Se quedó boquiabierto.
—¿Quinientos? Unos… mil. —Cuando dio otra sacudida, dijo—: De ninguna manera. Simplemente no es posible. Tú no puedes ser mayor de mil.
El arqueó una ceja.
—Lo eres —dijo con voz entrecortada—. Realmente lo eres.
—Tengo miles de años.
Miles, como en más de uno. Alisó las manos sobre el estómago que se retorcía.
—¿Y realmente nunca has besado a nadie? Por tu libre voluntad, quiero decir.
Él entró en su espacio personal, hablando suavemente:
—Esta duda que expresas hacia mis confesiones es tan ofensiva como incomprensible. —El aliento frío le recorrió la cara, limpio y dulce—. Nunca, en todos mis siglos, he dicho una mentira.
No retrocederé. No mostraré debilidad.
—Lo siento, es sólo que, has estado alrededor mucho tiempo, has visto probablemente a los humanos hacer de todo. —Hizo una pausa, esperando su confirmación. Confirmación que él dio con un solo asentimiento—. Sólo estoy sorprendido.
Él le cogió un mechón de pelo entre los dedos, friccionando las hebras unidas. El contraste entre el negro oscuro del mechón y el de su piel acariciada por el sol era magnífico, casi mágico.
Si él no tenía cuidado, se lanzaría sobre él. Y se encontraría rechazado y avergonzado.
Se tuvo que recordar que no estaba interesado en un enredo romántico ahora mismo. Después de todo lo que había pasado, no estaba seguro cómo reaccionaría hacia los avances de un hombre.
Aunque jamás había pasado por una violación, por muchas otras cosas sí. Manos deambulando. Dedos masajeando. Lenguas lamiendo. La total impotencia lo había indignado y puesto enfermo. Y el hecho de que Fitzpervertido tenía fotos de su…
Voy a vomitar.
¿Se las había mostrado a alguien? ¿Se reía a veces sobre el dolor que le había causado?
—¿Qué está mal? —preguntó Hyun.
Obligó a la mente a volver a la nube y al ángel todavía impresionante delante de él. Le había soltado el pelo, se había alejado de él. La nieve otra vez caía de las puntas de sus alas, el aire era ahora tan frío que una ligera piel de gallina le apareció por todo el cuerpo.
—Nada está mal —refunfuñó.
Él se relamió los labios como si probara algo asqueroso.
—Mientes.
—¿Y? —¿Ves? Los oscuros recuerdos ya afectaban al trato con un hombre, corrompiendo todo.
—¿Y? Te he dicho la verdad, aunque tú me mientes. Esto es intolerable, Saeng, y no lo permitiré.
—¿Y cómo planeas pararlo? Supongamos sólo que si algo está mal, no es asunto tuyo. —En ese momento, sólo una cosa importaba. Respuestas—. Antes, me dijiste que había sido marcado por un demonio.
El aceptó el cambio de tema con un asentimiento.
—Sí.
—¿Él hizo esto para reclamarme como de su propiedad? —Recordó despertarse con los ojos ardientes. Recordó a la criatura en el garaje, desgarrando a sus padres hasta la muerte. Recordó la manera que la había besado, el peor beso de su vida.
—Sí. El debió haberte visto, deseado y decidido conservarte, incluso si no pudo llevarte con él. ¿Te dijo algo?
—Solo el típico material de película de clasificación B. Ya sabes: «Me encanta cómo suena eso de más problemas». Y: «Esto va a ser divertido».
—¿No te pidió que le pertenecieras a él, y tu no dijiste sí?
—Difícilmente. ¿Pero el volverá a por mí, verdad? —Siempre se lo había preguntado. Siempre lo había temido. Y, según Hyun, el miedo era una atracción para cualquier tipo de mal.
Esta vez ofreció un sí más vacilante.
Ofrecería más resistencia esta vez. No iba a temer más. Iba a estar preparado.
—Bien, planeo matarle cuando me encuentre. Por lo tanto, con esto último, tengo uno pregunta más para ti. ¿Me darías una de esas espadas de fuego?
Hyun miró detenidamente al humano que le había hecho sentir más en el espacio de cinco minutos, que nadie en los siglos desde la muerte de su hermano.
No entendía esto o a él, o lo que pasaba.
Aquellos ojos azules de ensueño estaban llenos de tantos secretos, inquietantes secretos. Quiso sondear sus profundidades y descubrir todo lo que él trataba de esconder. Y quiso… tocarlo. ¿Era su piel tan suave y tersa como parecía? Lo había sostenido, pero su ropa le había impedido conocer la textura de su piel. ¿Se filtraría su calor a través de las capas de frío que lo recubrían y le consumían?
Quería besarlo, descubrir si su gusto correspondería a su olor suculento. Quería saber si ella disfrutaría del beso tanto como había disfrutado con los de su antiguo novio. Y odiaba a los otros que lo habían tocado y habían besado sin su permiso, ese conocimiento dando vida a un vibrante impulso de mutilar y matar a los culpables.
No se había preguntado sobre estas cosas antes, no se había preocupado de quien hizo qué y con quién. Él, que había visto a la gente tomar parte en cada acto sexual imaginable, nunca había contemplado a un Humano de un modo erótico. Nunca se había preocupado bastante por nadie para experimentar cualquier tipo de celos.
Hasta ahora. Hasta Saeng. Este muchacho era valiente cuando se debería encoger, vulnerable cuando se debería endurecer, amable cuando debería ser indiferente. Exactamente como Siwon había sido.
Pero otros habían sido valientes, vulnerables y amables también, aún así Hyun nunca había reaccionado de esta manera hacia ninguno de ellos. Y el hecho de que él seguía recordándole a su hermano debería haber sofocado cualquier llama de excitación.
Sin embargo, las llamas no se sofocaron.
Aunque nunca hubiera tenido una preferencia por un "tipo" físico antes, claramente lo tenía ahora. ¿En lo alto de la lista de “lo que me parece irresistible”? Pelo negro oscuro, ojos cristalinos y labios suavemente rosados. Ah, y piel que parecía bañada en bronce y espolvoreada con polvo de diamante.
La atracción de Hyun por él conducía sus pensamientos, sabía esto, pero no tenía armas para combatirlo. Era demasiado inexperto, nunca se había encontrado con nada como esto. De alguna manera, sin embargo, tenía que encontrar una manera de resistirse a él. También sabía que una vez que un hombre se daba un festín en la mesa de la tentación, no lo dejaría, se saciaría una y otra vez.
¿Pero… no era una tentación a la cual tenía que resistir para permanecer en el cielo, verdad? ¿Y qué sería tan malo sobre deleitarse con él, aprendiendo qué se siente al presionar su cuerpo suave contra el suyo más fuerte? No estaba expresamente prohibida a su facción.
Él rechinó los dientes. Ya estaba un paso más cerca.
Lo estudió más atentamente. Los colores no eran algo que le hubiera preocupado alguna vez a menos que se relacionara con el camuflaje, sin embargo el verde que ahora vestía complementaba su ascendencia asiática perfectamente. Sabía lo que aguardaba debajo de aquella ropa, lo había desnudado durante su enfermedad. Pero no había prestado ninguna atención. Ahora se preguntaba…
Otro paso.
—¿En qué piensas? —le preguntó suspicazmente—. Supongo que no es sobre el arma que solicité.
Las mejillas se le acaloraron con la vergüenza y giró lejos de él. No podía mentir, pero no le diría la verdad, tampoco. Por lo tanto, no le haría caso.
—¿Hyun Joong?
Incluso su voz lo atraía. Suave, lírica, firme y sin embargo suplicante. Lo había notado antes, pero ahora… sí, ahora todo había cambiado. A pesar de todo, otro paso.
—La espada —dijo—. ¿Dices que quieres una, pero podrías realmente acabar con una vida?
—Sí —contestó, una afirmación ofrecida sin ninguna vacilación—. La quité antes.
La vida del demonio, es decir, no humano, sólo para que quede claro.
Sorprendente que él hubiera encontrado la fuerza para vencer a un enemigo que la mayor parte de su raza no podía ver y a menudo negaba.
—Aun así, no te daré una espada de fuego. No puedo, ya que sólo mi especie las puede llevar.
—Ah —dijo decepcionado.
—Pero hay otras maneras.
Inmediatamente se animó.
—¿Me enseñarías?
No tenía tiempo. Tenía un ejército para entrenar, sus propias batallas para luchar. Y no le gustó el pensamiento de él peleando contra una raza de criaturas sin ningún límite a su depravación. Pero quien quiera que lo había marcado lo querría de regreso, ya sea por haberlo abandonado por voluntad propia o no, especialmente cuando se enterara de que Hyun lo tenía. Más que una competencia constante, los demonios vivían deseando superar a los ángeles. Y este demonio no dudaría en hacer daño a Saeng del más vil de los modos. Ningún demonio lo haría.
Cómo había sobrevivido incluso durante tanto tiempo, Hyun no estaba seguro.
—Sí —se encontró diciendo—. Te enseñaré cómo matar demonios.


CAPÍTULO 6
Min volvió a la nube de Hyun Joong con un expediente sobre la miserable y muy corta vida de Heo Young Saeng. El nuevo líder del Ejército de la Desgracia, como muchos de sus compañeros habían comenzado a llamarles, lo aceptó con su cortesía habitual. Significado, ninguno en absoluto. Hyun Joong estaba tan frío como siempre, no ofreció ni un murmullo de agradecimiento, pero se despidió con una breve inclinación de cabeza.
A Min, en realidad le gustaba cada vez más la franqueza del guerrero. Le gustaba demasiado Hyun Joong y era un hecho que le impresionaba hasta la médula de los huesos. Él no había formado parte de un ejército real en más de cien años y nunca se habría unido a otro si su Deidad no le hubiera ordenado seguir a Hyun… o a alguien más.
Al principio, Min estuvo furioso. ¿Cómo se atrevía alguien a decirle en qué ocupar su tiempo? Si quería holgazanear en la cama, seducir a cualquier mujer que le llamara la atención y luchar con cada demonio que encontrara, lo haría. Pero lo que él decidía, sus muchachos lo hacían también. O como los humanos decían, eran uno para todos y todos para uno. Así es cómo funcionaban las cosas entre los tres. Joon, Kyu y él estaban juntos en esto, lo que sea que esto resultara ser. Independientemente del resultado, no permitiría que se rebelaran, porque no podía permitir que sufrieran las consecuencias. Min soportaría todo, menos eso.
Después de tres meses en su nuevo cargo, de repente se alegró de no haberse rebelado. Bueno, se había resistido contra Hyun Joong con pequeños insultos aquí y allá, pero también se unió al ejército en vez de rendirse. Se dio cuenta de que la falta de liderazgo y organización lo habían vuelto un poco rebelde; y que su vida no era más que un lío caótico, que necesitaba orden de alguna manera.
Min voló a la Sala de los Caídos, una casa de placer en la sección del cielo de la Deidad. Durante siglos, más y más ángeles habían sucumbido a las tentaciones de la carne. Habían necesitado un lugar para disfrutar sin juicios de nadie sino de ellos mismos, así que Min les había dado uno.
La Sala de los Caídos le pertenecía. Joon, Kyu y él vivían allí, al igual que las amantes inmortales que tuvieron. Amantes que nunca duraron mucho tiempo, por lo que cada macho prefería una nueva y diferente.
A pesar de esta tendencia, aún no habían alcanzado la caída total, aunque Min sabía que estaban al borde.
Los ángeles de la facción de la Deidad caían en desgracia debido a que daban la bienvenida al mal en sus corazones y porque habitualmente engañaban, robaban y mentían -sí, esto era posible-, o cometían un asesinato a sangre fría. Debido a que sucumbían ante las locuras del odio, la envidia, el miedo o el orgullo, o porque se negaban a alejarse de algún tipo de depravación.
No debían ayudar a un demonio, o buscar venganza contra otro ángel por una supuesta ofensa. Debían llevar sus quejas ante el Alto Concilio Celestial.
Desde la fuga de Min de una prisión demoníaca hace cien años, él y sus chicos habían hecho de todo menos ayudar a una criatura de la oscuridad. No estaba seguro del porqué se les había dado esta oportunidad.
Si fallaban en corregir su conducta, sus pecados finalmente los alcanzarían. Sabía esto. Pero aun así, Min no se atrevería a cambiar. Era lo que los demonios le habían hecho.
Las estrellas brillaban a su alrededor cuando aterrizó sobre la azotea del altísimo edificio. Había elegido ladrillo y cemento en lugar de una nube, porque había sospechado que demasiados clientes aprovecharían el mando de la nube para realizar todo tipo de cosas ilícitas. Además de que las nubes eran caras. A pesar de que podía permitirse una y podía haber elegido vivir separado del club, se conocía lo suficiente para saber que también, aprovecharía la ventaja.
Dos entradas eran accesibles desde el tejado. Una dirigida al propio club y otra a sus aposentos privados. Dos guardias angelicales estaban firmes a cada lado de ambas. Asintió con la cabeza a la pareja frente a su entrada personal y ellos se movieron a un lado. Una orden mental hizo que las amplias puertas dobles se deslizaran para abrirse.
El lento golpe y chirriante de la música hacía eco desde abajo mientras caminaba por el pasillo vacío hacia la sala de estar donde Joon y Kyu esperaban. Ambos recostados en lujosos sillones de terciopelo y bebiendo a sorbos la bebida de su elección.
Min se detuvo en el mueble bar y se sirvió un vaso de absenta . Se dio la vuelta y se apoyó en la barra de mármol. Este santuario era un estudio de satisfacción, pensó mientras examinaba la habitación. Dondequiera que mirase, veía tesoros que le fueron dados por reyes, reinas, inmortales e incluso algunos humanos. Mesas intrincadamente talladas, enceradas hasta obtener un brillo reluciente. Sofás y sillas cubiertos por lujosos tejidos, cada tono de una joya diferente. Alfombras excepcionales, lámparas de araña enjoyadas con piedras preciosas en lugar de cristales.
—¿Comenzó Hyun Joon ya a follarse a la humana? —preguntó Joon.
Era, tal vez, uno de los ángeles más bellos jamás creado, su piel dorada con todo ese oro y sus ojos como mosaicos de las más caras amatistas, zafiros y turmalinas.
Pero Min recordó un tiempo en el que el guerrero no se había visto tan guapo. Sus captores tenían encadenado a Min al suelo de la mugrienta celda y Joon colgaba por encima de él. Durante los siguientes días, esos mismos demonios habían despellejado el cuerpo de Joon, meticulosamente, muy cuidadosos de no dañar la carne. La sangre había llovido sobre Min en un flujo constante, empapándolo.
¡Oh! cómo había gritado el guerrero… al principio. Pero al final sus pulmones se habían desinflado y su garganta había sido nada más que pulpa. Entonces los demonios habían regresado, usando la piel como abrigo, riéndose y fingiendo ser Joon mientras realizaban todo tipo de actos lascivos.
Kyu había sido encadenado a la pared frente a ellos, su estómago presionado en la piedra, sus brazos encadenados sobre la cabeza y las piernas levantadas por separado. Fue obligado a escuchar todo lo que fue hecho a sus amigos, pero incapaz de verlo y tal vez eso era peor. Nunca pudo ver lo que sucedía a su alrededor mientras fue azotado y… le hacían otras cosas.
El horror del tiempo pasado en esa celda había borrado todo el color de su una vez pelo castaño y su piel teñida de melocotón, dejándolo tan blanco como la leche. Los vasos sanguíneos habían reventado en sus ojos antes color ámbar, volviendo sus iris rojos.
Ninguno de ellos jamás habló de su encarcelamiento y tortura, pero Min sabía exactamente cómo se sentían sus amigos en realidad. Después de cada pelea, Joon se lanzaba en una espiral fuera de control. Después de cada encuentro sexual, Kyu vomitaba. Pero ninguno dejaría la lucha o los revolcones en la cama.
Min había aprendido a abrazar ese lado de sí mismo.
—Alguien está perdido en sus pensamientos —dijo Joon.
La espiral de esta última batalla todavía no lo había golpeado, pero lo haría.
Siempre era así.
—Muérdete la lengua —sugirió Kyu—. Él te responderá, lo prometo.
Le habían hecho una pregunta y no tenía ni idea… sobre Hyun Joon y el humano, recordó.
—¿Qué piensas? —respondió al fin.
—Hyun Joong estaba en su oficina, escribiendo un informe sobre algo. Nuestro rendimiento, probablemente.
—¿Crees que alguna vez se descongelará? —preguntó Joon.
Min se estremeció.
—Esperemos que no.
Kyu frotó la cicatriz sobre su cuello. Todos asumieron que su inmortalidad le había fallado y por alguna razón había terminado por parecer un rompecabezas mal unido, pero la verdad era que su cuerpo siempre estaba simplemente en el proceso de curación del daño que constantemente se causaba.
—Maté a dieciséis demonios en la institución —dijo. Este era el único tema de conversación que disfrutaba.
—Veintitrés —dijo Joon, un hilo de oscuridad en su tono.
Min hizo un recuento mental, él nunca olvidaba una matanza.
—Sólo diecinueve para mí.
Joon sonrió, pero no había luz en su expresión.
—Yo gano.
Kyu se burló.
—Tan mal perdedor —Min chasqueó la lengua—. Ahora también una niñera. Entonces, ¿dónde está el caído que te ha sido encargado custodiar? No le has mencionado ni una vez desde que asumiste su cuidado y alimentación.
Vio un destello de pánico en aquellos ojos carmesí, rápidamente enmascarado.
—Está encadenado en mi habitación.
El pánico casi rompió el corazón de Min, ya que sabía que Kyu nunca retendría voluntariamente a nadie, salvo a un prisionero demonio.
—¿Qué vas a hacer con él?
—Yo… no lo sé… Comprar una nube, supongo. Mantenerlo encerrado allí.
—No lo recomiendo, amigo. Si piensas que es capaz de cuidar de sí mismo, nunca podrás echarle un vistazo —su culpabilidad no le dejaría.
—¿Y el problema con eso?
—Los caídos son prácticamente mortales. Él podría decidir privarse de comida, consumirse —tú sólo te culparías.
Kyu enfrentó directamente a Min, la determinación irradiando de él.
—Tienes razón.
—¿No la tengo siempre?
—Lo dejaré aquí por ahora. Compruébalo una vez al día. Oblígale a comer si es necesario.
—Mientras estás en ello, háblale —sugirió Joon—. Averigua por qué cayó.
Sus dos chicos sabían que era sólo cuestión de tiempo antes de que también perdieran las alas y la inmortalidad. Retrasarían lo inevitable durante tanto tiempo como pudieran, de ahí su cooperación ahora, pero al igual que Min, nunca se desviarían del camino sobre el que estaban.
Los demonios se habían asegurado de esto.
Min apuró el resto de la copa, se sirvió otra y la vació también. El potente alcohol bajaba quemando, pero para cuando llegó al estómago, paso del frío a una dulce y embriagadora calidez. Y sin embargo, la agradable sensación no hizo nada para disminuir la tensión interior.
—¿Nos encontraste chicas para la noche? —preguntó a nadie en particular.
—Lo hice —respondió Joon—. Nos esperan ahora.
—¿Qué es la mía? ¿Vampiro? ¿Cambiante? —no es que le importara. Una mujer era siempre una mujer.
—Una Fénix.
Bueno, tal vez le importaba. La excitación se unió a la tensión que siempre le zumbaba por dentro, encendiéndole de dentro hacia fuera. Tantas razas inmortales caminaban sobre la tierra y por varios reinos del cielo. Arpías, hadas, elfos, gorgonas, sirenas, cambiantes, Griegos y Titanes dioses y diosas -o por lo menos lo que les gustaba llamarse a sí mismos, cuando en realidad no eran más que reyes y reinas que habían permitido que el orgullo exaltara la opinión sobre sí mismos-;  y muchos otros.
El Fénix era el segundo más peligroso.
Los serpes eran los primeros.
Sin embargo los Fénix eran crueles y ávidos de sangre, obteniendo regocijo de la destrucción. Vivían y prosperaban en el fuego, podían obligar a los muertos a levantarse de sus tumbas y aquellos que se levantaban eran entonces obligados a servirles, esclavizados durante el resto de la eternidad.
Min dejó la copa vacía sobre la barra y se enderezó.
—No quiero dejarla esperando por más tiempo.
Joon y Kyu estaban de pie. Seis largos pasos y se colocó entre ellos. Siguieron hacia adelante, luego dividiéndose, en dirección a tres dormitorios distintos. Sólo el silencio emanaba de él. Tenía las manos sorprendentemente firmes cuando empujó para abrir las puertas dobles. Luego cerrándolas.
Oyó el suave chasquido de las puertas de sus amigos, que, como él, consideraban pronto hacer una próxima conquista.
La mujer estaba apoyada sobre la cama con un montón de almohadas en la espalda. Estaba gloriosamente desnuda, cabello de oro y escarlata como las llamas crepitantes, caían sobre un hombro. Incluso a esta distancia, Min podía sentir su calor, la calidez lamiéndole. Delgadas cadenas forjadas por un herrero inmortal rodeaban sus muñecas y tobillos, volviéndola esclava a las órdenes de su captor. El metal de algún modo, la obligaba a obedecer las órdenes.
Joon debía haberla comprado en el mercado sexual.
—¿Quieres esto? —exigió—. ¿Me quieres? Di la verdad.
Ella se lamió los labios.
—Oh, sí.
—¿No te sientes forzada? —había sólo una línea que Min no cruzaría en el dormitorio y era, violar a otro—. No importa lo que suceda entre nosotros, serás libre de abandonar este lugar.
—No, no estoy siendo forzada. Me dijeron que me pagarían.
Ah. Ella quería el dinero, no a él. Estaba completamente de acuerdo con eso, había tenido que seguir este camino antes.
—Lo serás.
—Entonces, ¿por qué me marcharía, cuando la riqueza me espera si me quedo?
—preguntó, enganchando un mechón de pelo detrás de la oreja.
Una oreja que terminaba en punta.
—Excelente pregunta.
Ella sonrió y él vio que tenía dientes con colmillos como los de los vampiros. Su cuerpo era un santuario de belleza, una abundancia de sensualidad. A pesar de no poderle ver la espalda, sabía que estaría cubierta de tatuajes que llevaban la marca de su tribu.
—¿Te dijeron lo que necesitaría de ti? —preguntó.
—Sí, lo que significa que con toda esta conversación, sólo estás perdiendo mi tiempo y tu dinero.
—No queremos eso.
Con un simple tirón, la túnica se apartó del cuerpo, dejándolo desnudo. El material era tan ligero que no hizo ruido al aterrizar en el suelo.
Min avanzó lentamente sobre el colchón, el borde hundiéndose con el musculoso peso. Un momento después la mujer estuvo sobre él. Durante mucho tiempo no se enteró de nada, salvo de la quemadura de sus uñas y el roce de sus dientes. Entonces pequeñas gotas de fuego comenzaron a filtrarse a través de los poros, ampollándole perfectamente y escapándosele exquisito gemido tras gemido. Le gustaba tanto como lo odiaba.
Ella realizó cada acto terrible que él necesitó, sin vacilar; y él jugó con la idea de mantenerla mucho más tiempo de lo que nunca había mantenido a otra. Por lo general, era suficiente tras dos o tres revolcones, no queriendo ver repugnancia ardiendo en los ojos que deberían estar llenos de deseo. Porque, después de un tiempo las mujeres siempre daban paso al asco. Ellas pensaban sobre lo que habían hecho, lo que él les había hecho y se arrepentían de todo. Pero esta mujer se reía con auténtico placer de lo que le hacía y estaría dispuesto a apostar que siempre lo haría. Su codicia por el dinero no permitiría nada menos.
Cuando todo terminó, Min se quedó quieto, tratando de recobrar el aliento, disfrutando de la sensación ardiente por todo el cuerpo.
A través de la pared de la izquierda -deliberadamente delgadas de modo que él y sus chicos se escucharan si fuera necesario-, captó el eco desgarrador de las arcadas de Kyu en el inodoro, tal como hacía siempre después del sexo.
Quería más para su amigo. Lo mejor. Pero no tenía idea de cómo ayudarlo.
Se vistió y dejó a la Fénix agotada en la cama. Joon ya estaba en el salón, sólo, mirando sin expresión un vaso nuevo de vodka.
Min se dejó caer en una silla. Joon nunca levantó la vista, demasiado perdido en su cabeza, en la oscuridad que por último había llegado a él.
Kyu salió de su habitación, pálido, tembloroso y evitando la mirada de Min.
También se dejó caer en una silla.
Min amaba a estos hombres. Lo hacía. Con mucho gusto moriría por ellos, pero no les dejaría morir. No así. No en la miseria.
Habían escapado de aquella mazmorra juntos y de alguna manera, los sacaría de su autoimpuesto infierno.



CAPÍTULO 7
A la mañana siguiente, un desnudo Hyun se sentó en el borde de la cama y giró la urna fúnebre de su hermano entre las manos. Era un recipiente transparente, con forma de reloj de arena, la sustancia de su interior un líquido espeso, tan transparente como la propia urna, con únicamente las más diminutas motas de arco iris centelleando a la luz.
Esta urna era el mayor tesoro de Hyun. Su único tesoro. Ahora y siempre, lo protegería como no había protegido a su hermano.
«Te quiero, Hyun Joong».
«Yo también te quiero, Siwon. Mucho».
«¿Lo haces?»
«Sabes que lo hago». «¿Y harías algo por mí?»
«Lo que sea».
«Mátame entonces. Una muerte definitiva. Por favor. No puedes dejarme así».
“Así”. Había sido destrozado, desangrado y violado de formas innombrables.
«Cualquier cosa menos eso. Te recuperarás. Un día incluso serás feliz de nuevo».
«No quiero recuperarme. Quiero dejar de existir, ahora y para siempre. Ése es el único modo de terminar mi tormento».
«Haremos pagar a los demonios por lo que te hicieron. Juntos. Luego podremos hablar de esto de nuevo».
Y Hyun se lo negaría una vez más.
«Si no me matas tú, lo haré yo mismo. Sabes lo que me sucedería entonces».
Sí, lo había sabido. Uno mismo no puede entregarse a la muerte definitiva. Siwon habría sido capaz de dar muerte a su propio cuerpo, pero su espíritu, oscuro como había sido esos días, habría permanecido y sido arrojado al interior del infierno. Eso no había influenciado a Hyun. Aún así había dicho que no. Pero al final, Siwon había permanecido fiel a su promesa. Había tratado de acabar consigo mismo una y otra vez. Hyun siempre lo había traído de vuelta con el Agua de la Vida.
En aquellos años, toda la existencia la había pasado persiguiendo a su hermano, salvándole y, finalmente, matándole para terminar por fin con su dolor. Era una decisión que Hyun lamentaba hasta el día de hoy, ya que esta urna contenía todo lo que quedaba de Siwon.
Hyun había extraído de las profundidades del interior del pecho de su hermano la esencia de todo el amor que había alguna vez sentido, luego le envenenó con el Agua de la Muerte, cogida del arroyo que fluía junto al Río de la Vida de las Deidades. Esa agua era el único modo de matar a un inmortal de una vez por todas.
Para obtener el más pequeño de los viales, un ángel tenía que someterse al mismo proceso que por el Agua de Vida: Ser apaleado para probar su determinación, seguido de una reunión con el Alto Concilio Celestial, donde el permiso era concedido o denegado. Si se concedía, tenía que hacerse un sacrificio a elección del Concilio.
Hyun había pasado por todo eso -después de que a su hermano se le había negado- pero había dudado en el interior del templo. Los dos ríos corrían uno al lado del otro, vida y muerte, felicidad y dolor. La elección le había pertenecido. Podía haber cogido del de la Vida. Debería de haber cogido del de la Vida. Pero todo lo que habría hecho sería curar el cuerpo de su hermano, no su mente.
Habría necesitado pasar un tiempo en la presencia del Altísimo para salvarla, Él podía aliviar y salvar a cualquiera, pero Siwon había rechazado intentarlo. A pesar de todo había querido el final.
—¿Cómo pudiste pedirme eso? —exigió él—. ¿Cómo pude hacerlo?
Por supuesto, no hubo respuesta. Nunca la había.
Hyun había vertido la Muerte en la garganta de su hermano. Había observado la vida drenarse de él, la luz debilitarse en sus ojos. Había entonces quemado su cuerpo con una espada de fuego y le había visto convertirse en ceniza y desaparecer flotando.
Había seguido las volutas de esas cenizas durante días.
Ahora contempló la mancha negra que le crecía en el pecho. El día en que su hermano murió, Hyun se había extirpado su propio sentido del amor, una porción muchísimo más pequeña de lo que había sido la de Siwon, la puso en el interior de la urna, y disfrutó mientras se mezclaba con todo lo que había quedado de su hermano.
Allí, al menos, todavía estaban juntos.
Una semana más tarde, un diminuto punto negro había aparecido en el lugar exacto del que había extraído el pedazo, y según pasaban los años ese punto había incrementado su tamaño lenta pero constantemente. Sin embargo, después de la cita de Hyun con la Deidad, cuando la nieve comenzó a caer desde las alas, el ritmo de crecimiento se había cuadriplicado.
Sabía lo que significaba, cual sería el resultado final, pero no estaba preocupado. En realidad estaba alegre. Si fallaba en la misión este año y era expulsado de los cielos no tendría que sufrir durante más tiempo.
—Me pregunto si Saeng te habría también fascinado.
Hizo una pausa, imaginándose a los dos juntos. Sí, el valor de Saeng habría encantado al dulce Siwon. ¿Habrían luchado por él?
No, decidió. Porque Hyun se habría rendido. De hecho, planeaba hacer eso mismo una vez cumpliera con su obligación.
Con mucho cuidado Hyun situó la urna en la mesilla de noche y se incorporó. Podría haber escondido la cosa en una burbuja de aire, y arrastrarla con él a donde quiera que fuera. Pero otros ángeles habrían captado la fragancia de su hermano y le habrían hecho preguntas que no tenía ningún deseo de responder. Los demonios lo habrían también olido, y tratado de destruirle una y otra vez.
Se puso la túnica antes de dirigirse sigilosamente a la puerta de Saeng. Allí hizo una pausa, inseguro de si debería o no entrar. Ayer se había enfadado consigo mismo por estar de acuerdo en ayudarlo a aprender a combatir demonios, y lo había dejado a su suerte.
Como prometió, no lo había encerrado en la habitación. Había esperado que le persiguiera, pero él se había quedado allí, y eso le había enojado aún más.
¿Qué era lo que le estaba haciendo? Habitualmente no era un hombre irascible. Durante siglos había sido conocido por la frialdad tanto interna como externa, sin embargo alrededor de él sentía como si estuviera tambaleándose ante el peligro en una finísima cornisa. Incluso ahora estaba tenso, la mandíbula dolorida por el apretón constante de los dientes.
Toda la noche se había imaginado besándolo. Besándolo profundamente, con dureza y mejor que el hombre con el que hubiera estado antes que él, dejándose llevar finalmente por la tentación de la cual él trataba aún de convencerse que no era una tentación verdadera. ¿Por qué? Él no era especial. Era un incordio, una carga que existía por sólo un breve espacio de tiempo. Había miles como él.
¿Los había realmente?
Ayer había mirado detenidamente esos exuberantes labios rosa y los ansió. Él nunca antes había tenido ansías.
El informe que Min le llevó había hecho que Hyun deseara a Saeng un millón de veces más. Él había soportado múltiples golpes tanto de humanos como de demonios, sin embargo ello no había disminuido su audacia. Tenía un hermano mayor que le había escrito cartas terriblemente hirientes, flagelándolo por sus acciones, aún así él había respondido con sólo amabilidad y entendimiento. Los doctores lo habían encerrado, medicado en exceso, dañado irrevocablemente, pero había contraatacado con cada pedacito de su fuerza.
No, no había miles como él.
Debería de alejarse de él ahora, antes que decidiera rechazar su plan, abandonar el sentido común y conservarlo… y más tarde perderlo. Antes de que provocara daños colaterales a propósito, simplemente por vengarlo.
Hyun tenía sólo que permanecer con él un poquito más. Unas pocas semanas, quizás unos pocos meses -no más de un año- y él sería capaz de combatir al demonio que lo buscaba. Se aseguraría de ello. Entonces podrían separarse, y no tendría que pensar nunca más en él…aunque no tenía ni idea de dónde lo llevaría o de cómo se absolvería de la responsabilidad a ojos de la Deidad, pero esos eran detalles para otro día.
Con determinación, entró en la habitación.
Estaba sentado en el borde de la cama. Cuando le descubrió, se puso en pie de un salto, la coleta de un negro azulado balanceándose una y otra vez.
—Creo que será mejor si acabamos ahora con nuestra asociación —fueron las primeras palabras que salieron de su boca.
Entonces deberías de llevar puesto alguna otra cosa, pensó él, aturdido como si se hubiera emborrachado de él. Habían desaparecido la camiseta sin mangas y el ancho y suave pantalón largo. En su lugar llevaba una blusa de manga corta, y un pantalón de piel desgastados que se amoldaban a la flexible fuerza de ella.
De repente cohibido, cambió el peso de un pie calzado con una bota, al otro.
—Pedí a la nube ropas especiales para la batalla, y esto es lo que obtuve. Hay hendiduras por todo el pantalón, para el rápido acceso a las armas, supongo. Pero la blusa no me la esperaba. —Frunciendo el ceño, ancló las manos en sus caderas, meneando la cabeza—. Mi conjunto no importa. Llévame de vuelta a Colorado.
—No, no importa y no, no lo haré. Creía que habíamos llegado a un acuerdo.
—Sí, pero… —Dejó caer la mirada a sus pies, sólo para volverla a levantar entrecerrada.
—¿Qué?
—Estás más allá de ser frustrante —refunfuñó—. ¿Por qué no puedes hacer lo que te he pedido sin emitir un millón de preguntas antes?
—Podría decir lo mismo de ti.
—Yo no… arg. —Levantó un puño hacia él—. Bueno, quizás hago un montón de preguntas. Y qué. Cualquiera en mi lugar haría lo mismo. Además, soy un chico y ese es mi trabajo. Tú eres un chico. Se supone que tú golpeas tu pecho con los puños y gruñes, luego haces todo lo que puedas para complacerme.
—A duras penas. El hombre que acabas de describir sería más del tipo de darte un golpe en la cabeza con un garrote y arrastrarte por el pelo.
Con cada una de las palabras, la diversión creció en esa mirada intensamente azul.
La muestra de su carácter, y el consecuente sentido del humor, le encantaron. Pero sólo un poco, se aseguró a sí mismo, y sólo porque no podía suponer que haría o diría él a continuación.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó, estudiándolo una vez más. Él todavía tenía ojeras bajo los ojos, los labios estaban agrietados de ser mordidos y sus miembros temblorosos—. ¿Te sientes mal otra vez?
—Todavía sufro de abstinencia, eso es todo.
Hyun recordó la larga lista de medicamentos que había tenido prescritos. Tal abstinencia sería considerable. Podía darle la gota restante del agua del Río de la Vida, pero… Apretó la mandíbula. Considerar tal opción antes, mientras había estado postrado en la cama, podía justificarse. No había sabido si viviría o moriría y eso era para lo que exactamente estaba hecha el agua. Vida o muerte. No era para aliviar unos pocos sufrimientos y dolores.
—Estaré bien —agregó, probablemente para llenar el repentino silencio—. Ahora.
Por favor, ¿me llevarás de vuelta? Sin hacerme ninguna pregunta más.
—Puedo ser más que frustrante… —De hecho, estaba bastante seguro de que el nombre Hyun Joong significaba bastardo en varios idiomas—… pero estás más seguro conmigo que con nadie más.
—¿Más seguro con el tipo que ha amenazado con matarme?
Ah. Ahora lo entendía. Después de una buena noche de sueño, él tenía por fin la mente clara y había recordado lo que le había dicho: «Te podría matar ahora» y quería escapar de él.
—No te amenacé. —Cierto. Había meramente establecido un hecho. Podía matarlo en cualquier momento.
—Pero dijiste…
—Sé lo que dije. Pero te digo ahora, de nuevo, que estás más seguro conmigo que con nadie más. —Incluso si lo hería, incluso si decidía darle muerte, seguía estando más seguro con él. Cualquier otro lo haría muchísimo peor.
Confiando para variar en su palabra, tomó una profunda bocanada de aire y asintió.
—Está bien, me quedaré. Por ahora.
Él sintió la extraña urgencia de dar las gracias pero se las arregló para contener las palabras.
—Eres simplemente tan bueno conmigo.
Él cruzó los brazos sobre su cintura.
—¿Eso es sarcasmo? Creo que detecto sarcasmo.
—¿Estás seguro de que tan siquiera conozca lo que significa esa palabra?
Él chasqueó la lengua.
—Otra pregunta para tu remate. —Inclinó la cabeza a un lado y le estudió por primera vez desde que había entrado, el minucioso vistazo un susurro tocándolo por encima de todo el cuerpo—. Tus alas…
—¿Sí? —Estiró una, luego la otra, examinando la longitud. La nieve todavía resbalando de cada una, salvo que los brillantes cristales eran más pequeños de lo habitual.
—Son más doradas que blancas. Ayer era al contrario.
Tenía razón. La cantidad de oro había aumentado una vez más. Eso sólo podía significar… que estaba evolucionando hacia uno de la Élite, hubiera hablado la Deidad con él sobre ello o no.
Pero… pero… eso sólo podía significar que su Deidad estaba satisfecha con él y que Hyun había sido escogido para reemplazar a Ivar. No había ninguna otra explicación que tuviera sentido.
Pero ¿por qué?
¿Por qué Hyun había salvado a un humano a pesar del riesgo para sí mismo? ¿Por qué se había hecho finalmente cargo de su ejercido y estaba al fin ganándose el respeto de sus hombres? De ser así, significaría que su Deidad nunca había querido que fallara, que el ascenso iba a ser su premio.
—¿Y bien? —apuntó Saeng—. Y no pienses que estaba quejándome. Tus alas son muy bonitas.
¿Bonitas? La palabra no debería ofenderle, pero lo hacía. Eran magníficas, gracias.
No le debía ninguna explicación sobre esto, y tenía que parar de ofrecer detalles tan libremente. Cuando se separaran, y lo harían, podría ser capturado, podría dar información a su enemigo. Excepto que lo hizo. Aún así se lo dijo. Su entrenamiento aseguraría que nunca fuera capturado. Con seguridad.
—Un as-ascenso. Q-qué frío —dijo a través de sus repentinamente castañeantes dientes. Una neblina se arremolinó frente a su cara—. No es por cambiar de tema, pero, ug, ¿hace aquí frío por ti?
Recordó la primera vez que lo había encontrado, de cómo de helado había estado, Hyun decidió que no iba a aceptar o agradecer más el frío que llevaba con él. Saeng sufría, y eso no le gustaba. Tendría que solicitar a su Deidad una indulgencia en esa materia. Y quizás la recibiría, ahora que sabía que había un retorno hacia la buena gracia de su líder.
—Un abrigo —dijo él en ese momento, y los ojos de Saeng brillaron con anticipación.
—Debería de haber pensado en eso.
—Estoy seguro de que lo habrías hecho. —Extendió la mano y apareció un abrigo de piel sintética blanca.
—Gracias —dijo—. Sabes, eres una tremenda contradicción. Eres mezquino un instante, luego amable al siguiente. Amenazador un momento, luego protector después.
—¿Quieres conseguir que me ofenda, como antes en la Institución?
—No esta vez.
—Pues no suenas complacido por el conocimiento.
—Bien, no lo estoy. Es muy difícil conseguir una lectura de ti.
—No soy un libro —dijo él.
Él asintió.
—Exactamente.
—Pero…
—Simplemente quédate en la mezquindad y la amenaza —agregó—. No quiero que me gustes.
Una conversación de las más confusas que nunca había tenido.
—¿Por qué?
—Me acojo a la Quinta Enmienda.
Ya no le gustaba esta estrategia evasiva de él.
—No puedes rechazar responder a todas mis preguntas.
—Ug, falso. Puedo completamente.
Justo como acababa de demostrar.
—Entonces deberemos idear algún tipo de recompensa para cuando respondas. —Si bien eso olía a soborno (porque lo era) e implicaba que él se preocupaba (lo cual hacía). Supuso que no podía negar más eso. Y no es que la admisión cambiaría nada.
Una de las cejas de él se arqueó parodiando una expresión que él lo había dirigido más de una vez.
—¿Y una azotaina cuando no lo haga?
—No seas bobo. Nunca te azotaría por una ofensa tan menor, Saeng. —Le gustaba su nombre en los labios. Le gustó el sonido, la sensación—. Por algo mayor… tal vez. Pero nunca haría nada que te causara una daño duradero. Tú no eres uno de mis soldados. Es más, eres humano. No podrías resistir mucho.
—Podrías sorprenderte de mi fortaleza.
Tenía la intención de responder, realmente la tenía, pero se lo impidió un deseo repentino de trazar con la punta de los dedos sus mejillas, sus labios, saber si le quemaría, si su pulso martillearía fuera de control como sospechaba que el suyo propio haría. Quería saber si se acercaría una pulgada más a él o si se alejaría.
No eres esclavo de tales deseos mortales.
No lo tocaría, y no consideraría la respuesta de él. Pero mientras podía luchar contra lo físico -y ganar- encontraba que no podía luchar contra lo mental. Su curiosidad acerca de él era demasiado grande, y se encontró diciendo:
—Tu madre era japonesa, sin embargo tu nombre no lo es.
Saeng aceptó el cambio de tema cuadrando los hombros de alivio.
—Ella pasó la mayor parte de su vida en los Estados Unidos. Y me pusieron el nombre de la madre de mi padre, Saeng. —Tiró de las solapas de su abrigo para juntarlas y sucumbió a su propia curiosidad—. Me estaba preguntando, ¿eres cómo los ángeles de la Biblia? Yo, err, la nube me proveyó de una anoche. Leí algunos pasajes, y… bien…
—Viste diferencias entre los ángeles sobre los que leíste y yo —terminó por él.
—Exactamente. Y te recuerdo diciéndome que formabas parte de una raza diferente… o algo así.
Él no pudo evitar puntualizar:
—Podría rechazar responderte, como tú me has hecho a mí.
—Pero eso sería el equivalente de una azotaina —señaló—, y tú, el que nunca miente, no me harás eso.
Un chico muy inteligente su Saeng. Espera. ¿Su Saeng?
—Lo que has leído es cierto. En términos humanos, mi Deidad es un rey. Reina únicamente una porción de los cielos y sirve al Altísimo, quien reina sobre cada centímetro de cielo, incluso aquél que Griegos y Titanes reclaman como propio, pero eso es otra historia. Y no somos como los ángeles del Altísimo porque no fuimos creados para los mismos propósitos.
Él alzó las manos.
—Entonces, ¿por qué se os llama ángeles?
—Somos alados, y combatimos al demonio. Es una etiqueta, y concuerda.
—¡Arg! Pero si los dos combatís al demonio, ¿en qué modo sois diferentes?
Había interactuado tan raramente con humanos, y nunca había tenido que explicar este tipo de cosas.
—Todos los humanos son seres vivos, sí, y comparten muchas similitudes, pero no todos tienen el mismo propósito. Algunos construyen. Algunos entretienen.
Algunos enseñan.
Apenas había terminado de hablar cuando los muros de la nube se oscurecieron, se espesaron, rayos chisporroteando desde dentro de ellos, pequeños al principio, pero creciendo en tamaño e intensidad. Confuso, buscó otras diferencias, no encontrando ninguna.
Saeng alargó la mano, tratando de acariciar con la punta de sus dedos el rayo. Él lo agarró por la muñeca y la detuvo.
—¿Nube? —dijo él—. ¿Cuál es el problema?
«Demonios…» Un susurro en el interior de la cabeza. «Atacando…»
Imposible. ¿Verdad? Pero… ¿qué si no lo era? Hyun convocó la espada de fuego. Los demonios raramente se aventuraban en los cielos, mucho menos en la residencia de un ángel, pero podría hacerse.
Todo el color se drenó de la cara de Saeng.
—¿Qué pasa? ¿Qué está ocurriendo?
—Estamos bajo un ataque. —O los demonios no tenían ni idea de a quién pertenecía esta nube, o su deseo de conseguir a Saeng era demasiado grande, su habilidad para rastrearlo era de lejos mucho mejor de lo que había anticipado.
La nube los rechazaría, pero, al final, fallaría. Nubes como ésta fueron diseñadas más para el confort que para la batalla, algo que nunca antes le había molestado. Realmente, en cualquier otro momento, Hyun habría estado entusiasmado ante este desafío, el azar de la victoria. Ahora experimentaba el más diminuto fragmento de temor. Saeng podía resultar herido. No había pasado estos últimos días viéndolo sobrevivir justo para que cayera presa de sus enemigos demonios.
—Muéstrame —ordenó a la nube.
—A su lado, un trozo de aire tomó consistencia, una multitud de colores parpadeando a la vida, entremezclándose juntos. Se puso tenso. Saeng jadeó. Como mínimo quince demonios rodeaban su hogar, arañando los muros exteriores en un intento de entrar. Estaban trabajado frenéticamente, echando espuma por la boca, desesperados, las garras con las puntas envenenadas.
—Vienen por mí —dijo inexpresivo.
Hyun culebreó la mano libre alrededor de su cintura y tiró de él hasta pegarlo al cuerpo.
—Sujétate a mí y no te sueltes bajo ninguna circunstancia.
—Pero puedo ayudarte a combatirles.
Bien. Esta vez había una capa de determinación. Aún así, espetó:
—¿Puedes volar? ¿O te precipitarías a tierra sin mí? —Ambos conocían la respuesta a eso.
Sin dudar más, le envolvió los brazos alrededor del cuello, los dedos fuertemente asegurados a la nuca. Los mullidos senos arrimados contra el golpeteo de los latidos, y la parte baja de los cuerpos presionada junta. Inhaló bruscamente, asombrado de que tuviera tales sensaciones incluso en un momento como éste.
Centrarse.
—Eso no es suficiente —dijo. La mano bajó hasta su trasero y lo levantó—. Las piernas.
Las piernas de él le rodearon la cintura.
Sus ojos se encontraron, un choque de verde contra ese azul de otro mundo, un azul en esos momentos velado por la determinación que había escuchado así como por el terror que había sentido. Pero él asintió, lista para la batalla.
Muchacho valiente.
—Al menos has dejado de nevar —dijo él.
¿Lo había hecho? Su Deidad debió de haber escuchado su no verbalizado deseo y respondió, un gesto que Hyun se aseguraría de agradecer.
—Desearía que hubiera otro modo —dijo él. En esta posición, Saeng actuaría como escudo. Despreciaba eso a todos los niveles, pero no había otra solución. No podía destellar lejos y regresar (trasladarse de un lugar a otro con sólo un pensamiento) porque no podía destellar. Sólo poquísimos podían, como el sin-alas Leeteuk.
Lo que Hyun podía hacer era camuflar el cuerpo para que nadie pudiera verle o sentirle. Pero no podía ocultar a Saeng de la misma manera, así que eso también quedaba descartado.
«Te necesito» proyectó primero a Leeteuk porque justo ahora, podía proporcionar la ayuda más grande, y luego a todos los otros miembro de su ejército. Nunca había hecho esto antes, no estaba seguro de que funcionara, y se maldijo a sí mismo por no haber practicado el hablar a sus mentes. «Demonios. Mi nube. Batalla».
No había tiempo para esperar sus respuestas, ni aunque supieran cómo responder de esta manera.
—Si te paso a un hombre llamado Leeteuk, no luches con él. Te pondrá rápidamente a salvo.
—¿Y qué hay de ti?
Excelente pregunta.
—Ahora —dijo a la nube ignorándolo— quiero que abandones esta localización. Ve a algún lado donde los demonios no puedan alcanzarte y protege la urna. Volveré a los cielos a encontrarte.
Fiusssss.
La nube se había ido, llevándose también los cimientos a sus pies. Saeng dio un grito ahogado, agarrándole con más fuerza. La brillante luz matutina del sol resplandeció de repente con penetrante intensidad. Los demonios le rodeaban, sus alas dentadas aleteando frenéticamente mientras forcejeaban por entender qué acababa de ocurrir. Hyun blandió la espada y decapito al que estaba más cerca. Con el titileo de las llamas y el sonido deslizante de hueso separándose de hueso, el resto se percató que su presa estaba a la vista.
Convergieron hacia él en masa. Zambulléndose, buceando y retorciéndose, Hyun se abrió camino a través de ellos. Dos cuerpos más cayeron, estallando en llamas mientras se desplomaban a tierra. Quedaban doce. No luchaban de forma honorable, pero en cuanto supo eso sobre ellos, supo cómo contrarrestar sus movimientos.
—Debo soltarte —dijo a Saeng—. Sujétate fuerte.
—Entendido.
Cuando cuatro acudieron en tropel hacia él, tratando de golpearle, giró en el aire, liberando a Saeng tal y como anunció para bloquear a los dos demonios que venían a por él por la izquierda, utilizando mientras la espada para decapitar a los dos demonios que venían por la derecha.
Horrorizándolo, él desenganchó una de las piernas de la cintura y dio una patada a los demonios que él había bloqueado, el puntiagudo tacón de su bota clavándosele a uno en el ojo.
—¡Saeng!
—¿Qué? No he dejado de sujetarme fuerte —dijo—. No con las manos.
Un demonio lo agarró del tobillo antes de que pudiera enderezarse y chilló.
Hyun giró atrás la muñeca, después dio un tajo adelante, yendo más y más abajo desplazándose con el demonio, finalmente destruyéndolo. Otra cabeza salió dando tumbos por los aires, rociando sangre negra.
—¡Detrás de ti! —gritó Saeng.
Él giró en redondo… pero no lo suficientemente rápido. Unas garras de demonio fueron a por el cuello atacando extendidas y conectando con el lateral de una de las alas, provocándole una lanzada aguda de dolor que resonó a través de él... y que le congeló la extremidad.
Hyun apretó los dientes cuando cayó a través de la luz del día. Saeng soltó un chillido agudo de terror. Cada pedazo de su fuerza y determinación fue necesario para obligar al ala herida a volverse a poner en movimiento. Al principio, falló en sostenerle en equilibrio. Al final, sin embargo, capturó una corriente de aire y se detuvo con una sacudida.
—Eso estuvo cerca —dijo él, claramente luchando contra la urgencia de vomitar.
Demasiado cerca.
—El final es todo lo que importa.
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
—Permanece con vida. —Ningún otro ángel estaba a la vista. O estaban ocupados en sus propias batallas en algún otro lado, o no había tenido éxito al convocarlos.
—Vale, tú también.
Los demonios los encontraron, atacando una vez más desde todos los ángulos. La espada llameó a través del aire, y como no era tan rápido como antes, otro juego de garras pronto logró hacerle un corte en el ala.
Cayó hacia abajo y esta vez nada pudo parar el impulso. Un tendón había sido seccionado. La cola de caballo de Saeng le golpeaba las mejillas, los labios, el interior de la boca.
—¡Hyun! —La fuerza del viento incluso consiguió arrancarlo del abrazo. El cuerpo de él cayó dando bandazos.
Carcajeándose con regocijo, varios demonios lo siguieron.
Hyun pensó rápidamente. Los ángeles de la Deidad podían morir físicamente a causa de las heridas corporales, sí. El impacto le aplastaría los órganos, no cabía duda, pero incluso así podría regenerarse. Saeng era humano. No había dudas sobre si se regeneraría o no. No lo haría.
Plegó el ala buena a la espalda, y se lanzó en picado hacia él. Estaba cara a tierra, lejos de él, el pelo flotando tras él. Acortó la distancia en cuestión de segundos, sacó estrellas arrojadizas de las burbujas de aire donde las había almacenado y las clavó en cada demonio que trataba de alcanzarlo.
Gritos de dolor resonaron cuando se desprendieron manos, y uno por uno los seres cayeron alejándose de él. Casi estaba… tan cerca… ¡contacto! Hyun lo envolvió con los brazos y lo arropó contra el pecho.
Los codos de él le golpearon y las piernas le patearon.
—Déjame ir, tú enfermo, asqueroso pedazo de…
—Te tengo —dijo él, y en ese momento lo supo. Sólo había una cosa que podía hacer para asegurar que ella viviera.
Él se calmó instantáneamente.
—¿Hyun? —Retorciéndose, le enroscó los brazos alrededor del cuello—.
¡Gracias al Señor!
—Sí. Soy yo. —Él sacó el vial que contenía el Agua de Vida. Sólo quedaba una única gota, pero era la diferencia entre la vida y la muerte. No iba a permitir que le cuestionara o se negase. Simplemente inclinó el borde sobre sus labios para que la gotita pudiera encontrar el camino hacia su boca—. Bebe.
Tragó y abrió los ojos como platos. Allí. No importaba lo que sucediera a continuación, viviría. Él podría desear lo contrario, pero viviría.

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